BANDA SONORA ORA DE UNA GENERACIÓN (I). EL POP-ROCK

En 1955, cuando en la música popular americana triunfaban las canciones de Doris Day, las baladas de los crooners al estilo Perry Como y los temas jazzie de Frank Sinatra, en las listas de éxito que ese mismo año había comenzado a publicar la revista “Billboard” entró tímidamente, en el número 58, “Rock Around the Clock” de Bill Haley & The Comets. A la semana siguiente ya estaba en el numero 1, desbancando a “Love is a Many Splendor Thing” de los Four Aces, una de esas baladas corales que por entonces gustaban a los jóvenes blancos norteamericanos, un tema que aún hoy se sigue versionando.

“Rock Around the Clock” puso patas arriba el mundo de la música popular. Fue una conmoción absoluta, como demostró la primera gira del grupo, a cuyos conciertos acudían miles de personas. Haley había tenido el acierto de mezclar los ritmos de la música negra con el country, y el resultado fue un nuevo género que era diferente a todo lo que se había escuchado hasta entonces. Había nacido el rock and roll. En ese momento comenzaba una revolución musical que se prolongó a lo largo de todo lo que quedaba del siglo XX. La historia la cuenta el crítico Bob Stanley en una de los libros más completos sobre el fenómeno: “Yeah!, Yeah!, Yeah!. La historia del pop moderno” (Turner).

UNA REVOLUCIÓN CULTURAL

Dice Bob Stanley que el rock and roll vino a salvar las brechas que después de la II Guerra Mundial separaban a las culturas de Gran Bretaña y los Estados Unidos, a los jóvenes de los adultos, a los blancos de los negros. Esto último ya se venía registrando en otras manifestaciones culturales, como la literatura de James Baldwin (“Ve y dilo en la montaña”) y el cine de Richard Brooks (“Semilla de maldad”). Pero el rock and roll también recortaba las diferencias entre el arte y el comercio y tendía puentes entre la alta cultura y la cultura de masas. Para su total expansión sólo faltaba un ídolo que fuera blanco y que añadiese algo inédito a la puesta en escena, diferente a la violencia que manifestaban los primeros rockers en sus conciertos. Elvis Presley apareció entonces añadiendo un componente sexual, convirtiendo sus actuaciones en la escenificación erótica que estaban pidiendo los seguidores del nuevo género. Por si fuera poco, en las caras B de sus singles incluía baladas que enlazaban con los gustos de la época anterior y sumaban al carro a los aficionados de las generaciones precedentes. Eran canciones sensibleras, de letras cursi, pero hay que admitir que en el fenómeno Elvis, tan importantes como “Hount Dog” o el “Rock de la cárcel” fueron “Are You Lonesome Tonight” y “Love Me Tender”.

El  rock and roll empezó a expandirse con nombres que llevaron la nueva música a todos los rincones del mundo: Jerry Lee Lewis, Buddy Holly, Little Richard, Bo Didley, Gene Vincent,… Pero la fiebre  terminó bruscamente a finales de la década con las muertes de Buddy Holly y Eddie Cochram y la desaparición de los escenarios de Chuck Berry, Jerry Lee Lewis y Elvis.

GRAN BRETAÑA, CAPITAL DEL POP

Por aquellos años en Gran Bretaña triunfaba el skiffle, un ritmo musical que practicaba un cantante llamado Lonnie Donegan, cuyo éxito sin precedentes provocó que en todas las ciudades del país aparecieran montones de grupos practicantes del género. Al mezclarse con el rock and roll que llegaba de los EE.UU dio como resultado un rock británico diferente al americano, con el que triunfaron Tommy Steele, Billy Fury, Vincent Taylor, Cliff Richard y el grupo instrumental The Shadows.

El testigo del rock and roll lo recogió a principios de los sesenta un grupo que en sus primeros discos había mezclado el skiffle con aquellos ritmos que venían de América, el rock and roll por supuesto, pero fundamentalmente el rithm and blues, con algunos de cuyos temas hacían versiones francamente originales. Se hacían llamar The Beatles. En su tercer álbum, “Qué noche la de aquel día”, todos los temas ya eran suyos, algo sin precedentes en el pop. La nueva fórmula tuvo resultados aún más espectaculares que los del rock and roll y The Beatles se convirtió en el grupo más importante de la historia de la música pop y, como consecuencia, Gran Bretaña, durante los sesenta, fue la Meca de la nueva música, donde las revistas musicales (“Melody Maker”, “New Musical Express”) vendían un millón de ejemplares a la semana, los programas de televisión (“Ready, Steady, Go”, “Top of the Pops”) eran seguidos por millones de fans y las ventas de los discos no paraban de subir. El sueño se prolongó hasta 1970 pero dejó una estela de formaciones impagables: Searchers, Billy J. Kramer, Hermann Hermits, Dave Clark Five, los Kinks… ¡¡¡y los Rolling Stones!!!, supervivientes aún de aquella era dorada, gracias al tratamiento que dieron, y aún siguen dando, al rithm and blues fuerte, con mejor fortuna que otros coetáneos que entonces practicaban un estilo similar, como los Animals o los Moody Blues. La diferencia estaba en su imagen antisistema y en las letras de sus canciones, que hablaban de la insatisfacción y de las frustraciones de los jóvenes, y que criticaban abiertamente al poder. Con ellas se convirtieron en la fuerza más irresistible del pop y aún ahora, superados ya los setenta años de edad de algunos de sus componentes, el grupo continúa transmitiendo esa fuerza desde los escenarios, algo insólito.

EL CONTRAATAQUE AMERICANO

Mientras el mundo vivía de las canciones de los Beatles y sus derivados, en los EE.UU la música negra ocupaba cada vez mayores cotas de espacio. El soul, que había nacido en la década anterior, cuando Sam Cooke cambió el espiritual negro por la música profana, produjo algunos de los éxitos más espectaculares de la historia del pop y llevó a los músicos y cantantes negros a los primeros puestos en todo el mundo. Carla Thomas, Sam & Dave, Otis Redding, Ray Charles, Aretha Franklin, Curtis Mayfield, Gladys Knight y James Brown llenaban las arcas de Stax, King y Atlantic Records, las discográficas más poderosas del género. Por su parte la Tamla Motown de Berry Gordy lanzaba a Four Tops, Stevie Wonder y Diana Ross & the Supremes. Al fenómeno beatle, América respondió en su mismo estilo con las grabaciones de Simon & Garfunkel (“dúo con nombre de funeraria –escribe Stanley- cuyos componentes irradiaban tanta alegría como un establecimiento de ese ramo”) y sobre todo de los Beach Boys, la cara festiva de una música de la que se había adueñado el movimiento hippie de la costa oeste, elaborado entre vapores de LSD: Lovin Spoonfull, Grateful Dead, Jefferson Airplane, The Mamas and the Papas, que recogieron y expandieron las influencias del folk-rock, un nuevo género que había puesto en circulación un joven progresista llamado Bob Dylan. Dylan era un cantante folk puro, de la cuerda de Pete Seeger, Phil Ochs y Woody Goothrie, que se atrevió a electrificar sus instrumentos en los conciertos y en las grabaciones, con las que emergió con una fuerza inusitada en el panorama de la música popular. Hermético, independiente, autodidacta, gracias a sus letras se vio convertido de pronto en el portavoz de una juventud desencantada.

La mezcla entre el folk rock y la sicodelia hippie produjo en Europa fenómenos como el de Jimi Hendrix y Pink Foyd e influyó en los Beatles de “Sargeant Peppers”. La década terminó con dos acontecimientos protagonizados por los dos grupos más importantes del mundo: la disolución de los Beatles y el asesinato de un joven durante una actuación de los Stones en el festival de Altamont, un hecho que hundió la utopía pacifista hippie iniciada en el de Monterrey. “American Pie”, de Don MacLean vino a certificar el fin de la era dorada.

LOS SETENTA Y LOS OCHENTA: EN BUSCA DEL TESORO

La década de los setenta nació entre el hard rock de Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple y las baladas de Gilbert O’Sullivan, Elton John y Rod Stewart, mientras el glam rock de Marc Bolan, David Bowie, Roxy Music, Alice Cooper y las New York Dolls aspiraba a ambos lados del Atlántico a ocupar el vacío dejado por los Beatles. La década estuvo marcada por la desorientación y la búsqueda de nuevos sonidos: el reggae de Bob Marley, el soul electrificado de Sly & The Family Stone, el sofisticado de Isaac Hayes y Barry White, mitad hablado mitad cantado, el rock progresivo (Who), el sinfónico (Yes, Emerson, Lake & Palmer), el minimalismo de Mike Oldfield, y las diversas variantes que encarnaban King Crimson, Jethro Tull y los nuevos Pink Floyd. Algunos grupos como MC5 trataban de encontrar el nuevo sonido en las raíces del rock mientras el público más joven seguía a los Jackson Five, los Osmonds y David Cassidy. Lo demás se movía entre la vía comercial marcada por ABBA en el festival de Eurovisión y la resurrección del country (Brenda Lee, Lynn Anderson, Linda Ronstadt) y su variante rockera (Eagles, The Band, America, Crosby, Stills Nash y Young). La música disco irrumpió de pronto con un viejo grupo de los sesenta adaptado a la nueva moda, los Bee Gees, que tuvieron una segunda vida gracias a la banda sonora de la película “Fiebre del sábado noche”. Los cantautores, por su parte, seguían la línea marcada por Dylan: James Taylor, Carole King, Joni Michell. Entre todas estas corrientes tal vez lo más novedoso fueran los hallazgos de Fleetwood Mac.

En los años de tránsito entre las dos década aparece por fin el nuevo fenómeno que iba a agitar otra vez el mundo del pop-rock. El punk, que nació con los Ramones, Blondie y Patti Smith Group, tomó cuerpo en clubes marginales a los que asistían jóvenes vestidos con chupas de cuero, vaqueros raidos y camisetas ajustadas, a quienes les gustaba escuchar la música a todo volumen. Los profetas de este nuevo movimiento fueron los Sex Pistols, que se movían entre el intelectualismo de vanguardia, a rebufo de los situacionistas de Guy Debord, la filosofía del ‘do it yourself’ y las reivindicaciones de la clase obrera, enfundado todo ello en una imagen dura y agresiva. El punk, que no tenía ansias de poder (de ningún poder), se vino abajo cuando, a causa de la provocación que suponía su enfrentamiento al orden establecido, los medios de comunicación comenzaron a culparlo de todas las lacras de la sociedad británica. Dejaron tras de sí una huella importante en grupos y solistas como Clash, Police, Elvis Costello y los americanos Hertbreakers.

THIS IS THE END

Bob Stanley afirma que el pop terminó con la desaparición del disco de vinilo. “It Must Have Been Love”, de Roxette, fue el primer CD que llegó al número 1, en 1989. La informatización de la música, el artificio del sampleado y las mezclas de estudio cada vez más sofisticadas, el protagonismo de los técnicos de sonido y los DJ’s sobre los compositores e intérpretes, dieron lugar a la aparición de una miríada de estilos, géneros, movimientos, tendencias, todas ellas efímeras, que alumbraron grupos y cantantes, casi todos de un solo éxito, frutos del artificio y la mercadotecnia. Al post-punk (The Fall, Joy Division) siguieron el hard core de REM y su variante happy hardcore, el electropop de influencia alemana (Kraftwerk) de Depeche Mode y Maniobras Orquestales en la Oscuridad, el new pop de Human League, Culture Club, Duran Duran y Boy George, el freestyle lanzado por la cadena MTV (la cadena propiedad del exguitarrista de los Monkees Michael Nesmith), que impulsó a Prince y Madonna, el heavy metal de Bon Jovi y Aerosmith, el fenómeno indie (Cabaret Voltaire), el house y su variante acid house, el tecno, las nuevas baladas de Bryan Adams, Celine Dion y Kylie Minogue, el rave de KLF, el hardcore de Annie Lennox y Terence Trent D’Arby, el jungle, el drum’n’ bass, el handbag house, el garage y el dubstep… Toda una corriente sobre la que circulaban sin descarrilar las canciones de Michael Jackson y Bruce Springsteen.

El penúltimo aliento fue el hip-hop, un ritmo machacón, heredero del rap, sobre el que se declaman monólogos inspirados en los toasters jamaicanos. Sylvia Robinson y Sugarhill Gang fueron los Bill Haley & The Comets del hip-hop. Def Jam convirtió el género en una gran potencia comercial. Con sus canciones hip-hop Public Enemy influyó en las cuestiones raciales como nadie lo había hecho desde de los Panteras Negras. El hip-hop, nacido en los suburbios negros de las grandes ciudades, ha convertido a sus estrellas en los últimos supermillonarios de la música y el espectáculo del pop, con grandes mansiones de lujo en los barrios más elitistas de Hollywood y los coches más caros y espectaculares del mercado.

El punto final a la historia vendría a ponerlo el grunge de Hüsker Du y los Pixies, pero sobre todo de Nirvana, de Kurt Covain, el grupo alternativo que tuvo el mayor éxito meteórico de la historia. Fue el último callejón del pop, esta vez sin salida, tanto en lo musical como en lo ideológico.

En 1955, cuando en la música popular americana triunfaban las canciones de Doris Day, las baladas de los crooners al estilo Perry Como y los temas jazzie de Frank Sinatra, en las listas de éxito que ese mismo año había comenzado a publicar la revista “Billboard” entró tímidamente, en el número 58, “Rock Around the Clock” de Bill Haley & The Comets. A la semana siguiente ya estaba en el numero 1, desbancando a “Love is a Many Splendor Thing” de los Four Aces, una de esas baladas corales que por entonces gustaban a los jóvenes blancos norteamericanos, un tema que aún hoy se sigue versionando.

“Rock Around the Clock” puso patas arriba el mundo de la música popular. Fue una conmoción absoluta, como demostró la primera gira del grupo, a cuyos conciertos acudían miles de personas. Haley había tenido el acierto de mezclar los ritmos de la música negra con el country, y el resultado fue un nuevo género que era diferente a todo lo que se había escuchado hasta entonces. Había nacido el rock and roll. En ese momento comenzaba una revolución musical que se prolongó a lo largo de todo lo que quedaba del siglo XX. La historia la cuenta el crítico Bob Stanley en una de los libros más completos sobre el fenómeno: “Yeah!, Yeah!, Yeah!. La historia del pop moderno” (Turner).

UNA REVOLUCIÓN CULTURAL

Dice Bob Stanley que el rock and roll vino a salvar las brechas que después de la II Guerra Mundial separaban a las culturas de Gran Bretaña y los Estados Unidos, a los jóvenes de los adultos, a los blancos de los negros. Esto último ya se venía registrando en otras manifestaciones culturales, como la literatura de James Baldwin (“Ve y dilo en la montaña”) y el cine de Richard Brooks (“Semilla de maldad”). Pero el rock and roll también recortaba las diferencias entre el arte y el comercio y tendía puentes entre la alta cultura y la cultura de masas. Para su total expansión sólo faltaba un ídolo que fuera blanco y que añadiese algo inédito a la puesta en escena, diferente a la violencia que manifestaban los primeros rockers en sus conciertos. Elvis Presley apareció entonces añadiendo un componente sexual, convirtiendo sus actuaciones en la escenificación erótica que estaban pidiendo los seguidores del nuevo género. Por si fuera poco, en las caras B de sus singles incluía baladas que enlazaban con los gustos de la época anterior y sumaban al carro a los aficionados de las generaciones precedentes. Eran canciones sensibleras, de letras cursi, pero hay que admitir que en el fenómeno Elvis, tan importantes como “Hount Dog” o el “Rock de la cárcel” fueron “Are You Lonesome Tonight” y “Love Me Tender”.

El  rock and roll empezó a expandirse con nombres que llevaron la nueva música a todos los rincones del mundo: Jerry Lee Lewis, Buddy Holly, Little Richard, Bo Didley, Gene Vincent,… Pero la fiebre  terminó bruscamente a finales de la década con las muertes de Buddy Holly y Eddie Cochram y la desaparición de los escenarios de Chuck Berry, Jerry Lee Lewis y Elvis.

GRAN BRETAÑA, CAPITAL DEL POP

Por aquellos años en Gran Bretaña triunfaba el skiffle, un ritmo musical que practicaba un cantante llamado Lonnie Donegan, cuyo éxito sin precedentes provocó que en todas las ciudades del país aparecieran montones de grupos practicantes del género. Al mezclarse con el rock and roll que llegaba de los EE.UU dio como resultado un rock británico diferente al americano, con el que triunfaron Tommy Steele, Billy Fury, Vincent Taylor, Cliff Richard y el grupo instrumental The Shadows.

El testigo del rock and roll lo recogió a principios de los sesenta un grupo que en sus primeros discos había mezclado el skiffle con aquellos ritmos que venían de América, el rock and roll por supuesto, pero fundamentalmente el rithm and blues, con algunos de cuyos temas hacían versiones francamente originales. Se hacían llamar The Beatles. En su tercer álbum, “Qué noche la de aquel día”, todos los temas ya eran suyos, algo sin precedentes en el pop. La nueva fórmula tuvo resultados aún más espectaculares que los del rock and roll y The Beatles se convirtió en el grupo más importante de la historia de la música pop y, como consecuencia, Gran Bretaña, durante los sesenta, fue la Meca de la nueva música, donde las revistas musicales (“Melody Maker”, “New Musical Express”) vendían un millón de ejemplares a la semana, los programas de televisión (“Ready, Steady, Go”, “Top of the Pops”) eran seguidos por millones de fans y las ventas de los discos no paraban de subir. El sueño se prolongó hasta 1970 pero dejó una estela de formaciones impagables: Searchers, Billy J. Kramer, Hermann Hermits, Dave Clark Five, los Kinks… ¡¡¡y los Rolling Stones!!!, supervivientes aún de aquella era dorada, gracias al tratamiento que dieron, y aún siguen dando, al rithm and blues fuerte, con mejor fortuna que otros coetáneos que entonces practicaban un estilo similar, como los Animals o los Moody Blues. La diferencia estaba en su imagen antisistema y en las letras de sus canciones, que hablaban de la insatisfacción y de las frustraciones de los jóvenes, y que criticaban abiertamente al poder. Con ellas se convirtieron en la fuerza más irresistible del pop y aún ahora, superados ya los setenta años de edad de algunos de sus componentes, el grupo continúa transmitiendo esa fuerza desde los escenarios, algo insólito.

EL CONTRAATAQUE AMERICANO

Mientras el mundo vivía de las canciones de los Beatles y sus derivados, en los EE.UU la música negra ocupaba cada vez mayores cotas de espacio. El soul, que había nacido en la década anterior, cuando Sam Cooke cambió el espiritual negro por la música profana, produjo algunos de los éxitos más espectaculares de la historia del pop y llevó a los músicos y cantantes negros a los primeros puestos en todo el mundo. Carla Thomas, Sam & Dave, Otis Redding, Ray Charles, Aretha Franklin, Curtis Mayfield, Gladys Knight y James Brown llenaban las arcas de Stax, King y Atlantic Records, las discográficas más poderosas del género. Por su parte la Tamla Motown de Berry Gordy lanzaba a Four Tops, Stevie Wonder y Diana Ross & the Supremes. Al fenómeno beatle, América respondió en su mismo estilo con las grabaciones de Simon & Garfunkel (“dúo con nombre de funeraria –escribe Stanley- cuyos componentes irradiaban tanta alegría como un establecimiento de ese ramo”) y sobre todo de los Beach Boys, la cara festiva de una música de la que se había adueñado el movimiento hippie de la costa oeste, elaborado entre vapores de LSD: Lovin Spoonfull, Grateful Dead, Jefferson Airplane, The Mamas and the Papas, que recogieron y expandieron las influencias del folk-rock, un nuevo género que había puesto en circulación un joven progresista llamado Bob Dylan. Dylan era un cantante folk puro, de la cuerda de Pete Seeger, Phil Ochs y Woody Goothrie, que se atrevió a electrificar sus instrumentos en los conciertos y en las grabaciones, con las que emergió con una fuerza inusitada en el panorama de la música popular. Hermético, independiente, autodidacta, gracias a sus letras se vio convertido de pronto en el portavoz de una juventud desencantada.

La mezcla entre el folk rock y la sicodelia hippie produjo en Europa fenómenos como el de Jimi Hendrix y Pink Foyd e influyó en los Beatles de “Sargeant Peppers”. La década terminó con dos acontecimientos protagonizados por los dos grupos más importantes del mundo: la disolución de los Beatles y el asesinato de un joven durante una actuación de los Stones en el festival de Altamont, un hecho que hundió la utopía pacifista hippie iniciada en el de Monterrey. “American Pie”, de Don MacLean vino a certificar el fin de la era dorada.

LOS SETENTA Y LOS OCHENTA: EN BUSCA DEL TESORO

La década de los setenta nació entre el hard rock de Led Zeppelin, Black Sabbath y Deep Purple y las baladas de Gilbert O’Sullivan, Elton John y Rod Stewart, mientras el glam rock de Marc Bolan, David Bowie, Roxy Music, Alice Cooper y las New York Dolls aspiraba a ambos lados del Atlántico a ocupar el vacío dejado por los Beatles. La década estuvo marcada por la desorientación y la búsqueda de nuevos sonidos: el reggae de Bob Marley, el soul electrificado de Sly & The Family Stone, el sofisticado de Isaac Hayes y Barry White, mitad hablado mitad cantado, el rock progresivo (Who), el sinfónico (Yes, Emerson, Lake & Palmer), el minimalismo de Mike Oldfield, y las diversas variantes que encarnaban King Crimson, Jethro Tull y los nuevos Pink Floyd. Algunos grupos como MC5 trataban de encontrar el nuevo sonido en las raíces del rock mientras el público más joven seguía a los Jackson Five, los Osmonds y David Cassidy. Lo demás se movía entre la vía comercial marcada por ABBA en el festival de Eurovisión y la resurrección del country (Brenda Lee, Lynn Anderson, Linda Ronstadt) y su variante rockera (Eagles, The Band, America, Crosby, Stills Nash y Young). La música disco irrumpió de pronto con un viejo grupo de los sesenta adaptado a la nueva moda, los Bee Gees, que tuvieron una segunda vida gracias a la banda sonora de la película “Fiebre del sábado noche”. Los cantautores, por su parte, seguían la línea marcada por Dylan: James Taylor, Carole King, Joni Michell. Entre todas estas corrientes tal vez lo más novedoso fueran los hallazgos de Fleetwood Mac.

En los años de tránsito entre las dos década aparece por fin el nuevo fenómeno que iba a agitar otra vez el mundo del pop-rock. El punk, que nació con los Ramones, Blondie y Patti Smith Group, tomó cuerpo en clubes marginales a los que asistían jóvenes vestidos con chupas de cuero, vaqueros raidos y camisetas ajustadas, a quienes les gustaba escuchar la música a todo volumen. Los profetas de este nuevo movimiento fueron los Sex Pistols, que se movían entre el intelectualismo de vanguardia, a rebufo de los situacionistas de Guy Debord, la filosofía del ‘do it yourself’ y las reivindicaciones de la clase obrera, enfundado todo ello en una imagen dura y agresiva. El punk, que no tenía ansias de poder (de ningún poder), se vino abajo cuando, a causa de la provocación que suponía su enfrentamiento al orden establecido, los medios de comunicación comenzaron a culparlo de todas las lacras de la sociedad británica. Dejaron tras de sí una huella importante en grupos y solistas como Clash, Police, Elvis Costello y los americanos Hertbreakers.

THIS IS THE END

Bob Stanley afirma que el pop terminó con la desaparición del disco de vinilo. “It Must Have Been Love”, de Roxette, fue el primer CD que llegó al número 1, en 1989. La informatización de la música, el artificio del sampleado y las mezclas de estudio cada vez más sofisticadas, el protagonismo de los técnicos de sonido y los DJ’s sobre los compositores e intérpretes, dieron lugar a la aparición de una miríada de estilos, géneros, movimientos, tendencias, todas ellas efímeras, que alumbraron grupos y cantantes, casi todos de un solo éxito, frutos del artificio y la mercadotecnia. Al post-punk (The Fall, Joy Division) siguieron el hard core de REM y su variante happy hardcore, el electropop de influencia alemana (Kraftwerk) de Depeche Mode y Maniobras Orquestales en la Oscuridad, el new pop de Human League, Culture Club, Duran Duran y Boy George, el freestyle lanzado por la cadena MTV (la cadena propiedad del exguitarrista de los Monkees Michael Nesmith), que impulsó a Prince y Madonna, el heavy metal de Bon Jovi y Aerosmith, el fenómeno indie (Cabaret Voltaire), el house y su variante acid house, el tecno, las nuevas baladas de Bryan Adams, Celine Dion y Kylie Minogue, el rave de KLF, el hardcore de Annie Lennox y Terence Trent D’Arby, el jungle, el drum’n’ bass, el handbag house, el garage y el dubstep… Toda una corriente sobre la que circulaban sin descarrilar las canciones de Michael Jackson y Bruce Springsteen.

El penúltimo aliento fue el hip-hop, un ritmo machacón, heredero del rap, sobre el que se declaman monólogos inspirados en los toasters jamaicanos. Sylvia Robinson y Sugarhill Gang fueron los Bill Haley & The Comets del hip-hop. Def Jam convirtió el género en una gran potencia comercial. Con sus canciones hip-hop Public Enemy influyó en las cuestiones raciales como nadie lo había hecho desde de los Panteras Negras. El hip-hop, nacido en los suburbios negros de las grandes ciudades, ha convertido a sus estrellas en los últimos supermillonarios de la música y el espectáculo del pop, con grandes mansiones de lujo en los barrios más elitistas de Hollywood y los coches más caros y espectaculares del mercado.

El punto final a la historia vendría a ponerlo el grunge de Hüsker Du y los Pixies, pero sobre todo de Nirvana, de Kurt Covain, el grupo alternativo que tuvo el mayor éxito meteórico de la historia. Fue el último callejón del pop, esta vez sin salida, tanto en lo musical como en lo ideológico.

MÓNIKA ZGUSTOVA: «SVETLANA STALIN SUFRÍA POSIBLEMENTE UN TRASTORNO BIPOLAR»

El 22 de noviembre de 2011, en una residencia del condado de Richland, estado norteamericano de Wisconsin, moría a los 85 años de edad una anciana llamada Lana Peters. El nombre puede que les resulte desconocido, pero tras él estaba la mujer que protagonizó uno de los mayores escándalos políticos de la guerra fría. Lana Peters fue el nombre que adoptó, después de su matrimonio con William Wesley Peters, viudo de la hija del arquitecto Frank Lloyd Wright, Svetlana Allilúyeva Stalin, la hija del dictador soviético que se exilió en los Estados Unidos en 1967 tras una fuga rocambolesca. A su llegada a Nueva York publicó unas memorias que conmocionaron al mundo por su contenido crítico con el régimen comunista de la URSS y con la figura de su propio padre.
Svetlana tenía fuertes motivos para odiar a Stalin, a quien culpaba del suicidio de su madre Nadezhda Allilúyeva y de haber ordenado el traslado a Siberia de Alekséi Kapler, un director de cine judío de quien estaba enamorada cuando era muy joven. También culpaba a su padre del fracaso de sus matrimonios con Grigori Morózov y Yuri Zhdánov, padres de sus dos hijos. Después de la muerte de Stalin en 1953 el régimen impidió a Svetlana casarse con Brayesh Singh, el amor de su vida, un comunista indio al que conoció durante una convalecencia en un hospital de Moscú, que murió por la desidia de las autoridades soviéticas. Fue durante el viaje a la India para lanzar al Ganges las cenizas de Singh cuando decidió pedir asilo político en la embajada norteamericana en Delhi después de fracasar sus gestiones para que el régimen de Indira Gandhi le permitiese quedarse en el país. Para entonces ya había escrito sus memorias con el título de “Veinte cartas a un amigo”, cuyo manuscrito original llevaba permanentemente consigo por temor a que le fuese incautado en cualquier momento. Después de más de 15 años en los Estados Unidos regresó a Rusia, pero se arrepintió pronto y pudo volver de nuevo a América gracias a que conservaba la nacionalidad de este país.
La escritora checa Monika Zgustova publica ahora “Las rosas de Stalin” (Galaxia Gutenberg), una biografía novelada de Svetlana Stalin, fruto de una profunda investigación sobre los avatares de esta mujer cuya existencia fue siempre objeto de una gran polémica.
– ¿Qué le llevó a escribir este libro sobre Svetlana Stalin ahora cuando, a punto de cumplirse cinco años de su muerte, parece una figura ya olvidada?
– En octubre de 2011, un mes antes de la muerte de Svetlana, yo estaba en Nueva York y allí compré sus dos libros autobiográficos. Empecé a leerlos enseguida en el avión de vuelta a Europa. Me interesó mucho el primero, “Veinte cartas a un amigo”, sobre su vida en el Kremlin, pero me interesó más el segundo, “Sólo un año”, sobre su huida de la Unión Soviética y su exilio en los Estados Unidos. Al poco de leer los libros murió Svetlana y eso hizo que me obsesionara aún más con el personaje. Y me di cuenta que tenía que escribir sobre ella porque había algo más, y era el paralelismo con lo que había pasado con mi propia familia. Svetlana se refugió en los Estados Unidos a través de la India en 1967 y mis padres hicieron lo mismo siete años más tarde. También se fueron de un país comunista, en su caso Checoslovaquia, a la India, con un viaje organizado. En Delhi, en la misma embajada norteamericana donde lo había hecho Svetlana, pidieron también asilo político. Y desde allí, como Svetlana, accedieron a los EEUU, a Nueva York. Y, como ella, tampoco pudieron regresar a su país, tampoco pudieron volver a ver a los suyos. Mi hermano y yo, que éramos adolescentes, no volvimos a ver a nuestros abuelos. Eso es lo más trágico del exilio: cuando no puedes volver a tu país y tienes que sacrificar a tus parientes y a tus amigos. Y lo único que esperas es que todos esos sacrificios merezcan la pena en tu nueva vida. En mi caso fue así y estoy muy satisfecha de que mis padres hubieran tomado esa decisión. Como Svetlana, que en el fondo también estaba satisfecha de haberlo hecho porque era una persona a la que le gustaba conocer gente nueva, descubrir mundo, buscar nuevas posibilidades y nuevas identidades.
– Después de la lectura de “Las rosas de Stalin” uno tiene la sensación de haber leído una biografía más que una novela
– No, no es una biografía, es una novela. Lo que tiene de biografía son los hechos biográficos, para los que hice una investigación muy rigurosa, pero está novelada allí donde hacía falta novelar, sobre todo al final de su vida porque, aunque se sabe que vivía en una residencia, no se sabe mucho más, nadie sabe cómo era la gente que estaba allí con ella, y en la novela yo hago que se relacione con esas personas. Marina, la amiga de Svetlana con quien mantiene una fuerte correspondencia, sí que existió, pero los contenidos de las cartas que se intercambian son totalmente inventados. Y en cuanto a la correspondencia con sus hijos, las cartas que le escriben a la madre son transcripciones de cartas verdaderas, pero para las de la madre a los hijos me inspiré en apuntes y dietarios de Svetlana.
– Utiliza una estructura literaria en la que mezcla esa correspondencia con la narración en tercera persona.
– Es la primera vez en mi obra novelística que uso la tercera persona, y me costó mucho porque aunque la primera persona siempre le resulta más cercana al lector, no me atreví a escribir sobre Svetlana en primera persona. Utilicé, eso sí, una tercera persona lo más cercana e íntima posible y una primera persona en las cartas, a través de las que doy a conocer los estados de ánimo por los que pasa Svetlana.
– En el personaje real de Svetlana que se refleja en la novela hay una dicotomía en dos sentidos. Por una parte, Svetlana es una persona que siempre está huyendo de algo y al mismo tempo siempre está buscando algo. Algo que casi nunca encuentra.
– Las dos cosas. Esta es una novela de huídas, pero también de venganzas. Svetlana huye de la sombra de su padre, pero también de aquellos ambientes que le recuerdan la falta de libertad. Las huidas la llevan al descubrimiento de algo nuevo, incluso al descubrimiento de nuevas facetas de sí misma. Ella se propuso que en su exilio tenía que ser otra Svetlana, romper con la que había sido antes. Tenía que haber un antes y un después y el después tenía que ser superior al antes, porque si no, tanto sacrificio no hubiera valido la pena. Pero no siempre lo conseguía. A veces se daba cuenta de que su vieja forma de ser volvía una y otra vez pero ella se esforzaba por ser distinta y unas veces lo conseguía mejor que otras.
– La otra dicotomía se produce en la doble consideración con su padre y con sus hijos. Criticaba a su padre pero también recordaba momentos de ternura pasados con él. Y estaba también muy permanente el remordimiento de haber abandonado a sus hijos en la URSS.
– Esto lo llevaba mal. La verdad es que estos sentimientos encontrados por fuerza han de causar un desdoblamiento a cualquier persona y sobre todo a ella, que intentó ser siempre muy sincera consigo misma, incapaz de decirse cosas que no fueran verdad. En relación con su padre, muchas veces pensaba que tal vez no fuese el monstruo que ella pensaba que era, aunque luego al considerar todo lo que hizo y al ver las opiniones sobre las responsabilidades que se hacían caer sobre Beria como el que llevaba a cabo todas aquellas monstruosidades, se preguntaba que si Stalin sabía todo eso de Beria por qué no lo había destituido o hecho fusilar, como a miles de personas. Había pequeños momentos en los que intentaba cubrir a su padre o a los sentimientos que tenía por su padre, pero luego se daba cuenta de su autoengaño y por eso hacía abiertamente declaraciones calificándolo de genocida, trataba de verlo desde la objetividad aunque al mismo tiempo, en un rinconcito de su mente, aparecieran aquellos momentos de ternura. Pero claro, recordaba también cómo Stalin había liquidado su primer amor mandando a su novio al gulag durante diez años, o lo cruel que era con ella cuando la humillaba en público siendo una adolescente, diciéndole que era fea, que no valía para nada. Había todos esos contrastes que ella llevó mal, como los llevaría cualquier persona y que llegaron a causarle un desdoblamiento de personalidad hasta el punto de que yo creo que de hecho llegó a padecer un fuerte trastorno bipolar. Estoy convencida de que Svetlana tenía una bipolaridad que en aquella época todavía no se conocía ni se llamaba así a esta enfermedad mental, y que estaba causada por esa doble sicología.
– ¿Cómo fue utilizada Svetlana Stalin por occidente tras su exilio en los Estados Unidos?
– Durante la guerra fría Svetlana fue utilizada totalmente por los unos y por los otros. Primero fue utilizada por los soviéticos como hija de Stalin que era: tenía que salir en la televisión, le decían exactamente el mensaje que tenía que trasladar… no podía decir realmente lo que pensaba. Luego, cuando se refugió en Estados Unidos, los americanos evidentemente también la utilizaron porque era un símbolo muy potente del poder soviético, como hija de Stalin. Un símbolo que no quiere vivir en el régimen comunista sino que se viene al capitalismo y a la democracia porque prefiere vivir en occidente… esto lo utilizaron y mucho. Y al mismo tiempo los soviéticos también jugaron su partida contra eso. Después de la huida de Svetlana, al registrar su casa encontraron una copia manuscrita de su libro “Veinte cartas a un amigo”, lo manipularon de una manera absoluta eligiendo los fragmentos que dejaban peor a la propia Svetlana y lo filtraron a occidente, donde lo publicaron algunos periódicos con el consiguiente escándalo.
– ¿Ha llegado a sentir empatía por el personaje?
– Es que yo creo que un escritor no podría escribir sobre un personaje sobre el que no sintiera empatía. Es lo que decía Flaubert: “Mme Bovary c’est moi”. Tienes que sentir empatía aunque sea un asesino, que no es el caso de Svetlana ni mucho menos. Svetlana era muy humana y yo llegué a comprender todo lo que ella hizo, incluso las cosas más absurdas. Muchas veces mientras escribía sobre estas cosas, sobre los errores que iba cometiendo a lo largo de su vida, de lo que tenía ganas era de que no hiciera todo lo que realmente hizo. Pero al final llegué a comprenderla muy bien y a empatizar con ella porque los errores que iba cometiendo al mismo tiempo le iban dando mucha riqueza a su vida.

ESCENARIOS DE LA LITERATURA DE TORRENTE BALLESTER

La creación literaria es deudora de la memoria y la imaginación. La obra de los grandes escritores se construye sobre estos dos elementos que se combinan y que interactúan a lo largo de las historias tejidas en las páginas de sus libros. La memoria retoma las experiencias a las que el escritor da forma literaria, enriqueciéndolas con la fantasía. Por eso para un escritor son importantes los escenarios en los que ha transcurrido esa vida de la que toma los materiales sobre los que crea su literatura. Muchos de los escenarios sobre los que Gonzalo Torrente Ballester sitúa a los personajes de sus novelas son las ciudades en las que vivió el escritor. Un libro del catedrático José A. Ponte Far, “Las ciudades de Torrente Ballester”, publicado por la Diputación da Coruña, estudia las relaciones de algunas de esas ciudades con la obra literaria de don Gonzalo, en muchos casos fácilmente identificables por las descripciones del propio escritor y en otros a través de detalles más o menos ocultos o simbólicos.
ENTRE EL RACIONALISMO Y LA FANTASÍA
Tres son las ciudades sobre las que Ponte Far ha centrado su investigación. En primer lugar Ferrol, en la que transcurrieron los primeros años del escritor, que nació accidentalmente en casa de sus abuelos en una aldea del valle de Serantes, donde después pasaba temporadas. Ferrol es una ciudad creada en el siglo XVIII con los criterios racionalistas de los arquitectos de la Ilustración sobre la base de una pequeña villa marinera y agrícola. Fue pensada para albergar los astilleros que construirían las naves para la Armada de Fernando VI, y el trazado de sus calles y de sus plazas está ideado en función del utilitarismo y de la distribución de los barrios para las diferentes clases sociales que a partir de ese momento iban a poblarla, con una fuerte presencia del estamento militar. La jerarquía y el conservadurismo eran las principales características de la sociedad en la que creció el futuro escritor, educado bajo estos principios en el colegio de los Padres Mercedarios: “… a los niños de mi pueblo se nos inculcaba una idea del mundo como jerarquía y sistema riguroso de mando y obediencia, ordenado e inmóvil, con un Dios en el centro en cuyo honor se disparaban los cañones” (De “Dafne y ensueños”).
Si la ciudad de Ferrol era el racionalismo, la aldea de Serantes era la magia de la que el escritor también se apropió para su literatura. Su realismo fantástico se nutre en buena medida de los componentes de ambos escenarios. El puerto, el casino de la ciudad, las tertulias, se mezclan en las obras de GTB con las leyendas escuchadas de boca de sus mayores y de las vivencias rurales en las romerías del valle de Serantes, el monte de Chamorro, la ermita de la Virgen del Nordés y la iglesia de San Salvador.
En Ferrol pasó Torrente Ballester una parte importante de su infancia y a Ferrol volvería de manera intermitente a lo largo de su vida: a su regreso de París en 1936 para dar clases en el instituto Concepción Arenal hasta 1939, y más tarde, ya casado con su primera mujer Josefina Malvido, entre 1942 y 1947.
UNA ARQUITECTURA LITERARIA
La otra ciudad que influyó de manera decisiva en la vida y en la obra de GTB fue Santiago de Compostela, una ciudad relacionada con sus estudios y con su labor docente. A Santiago acudía cada año a examinarse de su carrera universitaria, que cursaba por libre, a pesar de lo cual se licenció con Premio Extraordinario. Ganó las oposiciones para impartir la asignatura de Historia Antigua en la Universidad de Santiago y aquí se le concedió una beca para ampliar estudios en París, una estancia que tuvo que interrumpir para regresar a España cuando estalló la guerra civil.
Santiago despertó su interés y su fascinación por la arquitectura, que trasladaría a sus novelas y a sus ensayos. Algunas de las páginas más bellas de su obra se refieren a esta ciudad, que le marcó de forma indeleble y que inspiró una parte importante de su literatura: “… a esta ciudad debo determinadas experiencias que me ayudaron a fortalecer o a corregir las fundamentales que me permiten vivir y escribir” (De “Compostela y su ángel”). Santiago es la Villasanta de la Estrella de “Fragmentos de apocalipsis” y a esta ciudad ha dedicado también el ensayo “Santiago de Rosalía de Castro”, además de numerosas conferencias y artículos.
LA CIUDAD DE LA SAGA/FUGA
Gonzalo Torrente Ballester descubrió Pontevedra en 1928 cuando su padre fue destinado a Vigo, y tuvo la oportunidad de visitarla con frecuencia cuando se trasladó a vivir a Bueu en 1931, donde conoció a Josefina. En Pontevedra descubrió una cierta similitud que la hermanaba con Santiago y Ferrol en sus casas de piedra, sus calles estrechas con soportales, sus plazas recogidas y abiertas… pero además la ciudad tiene un aire que se sobrepone al urbanismo y entronca con el carácter mágico del mundo rural que había vivido en su infancia. De Pontevedra admira también su arquitectura y su ambiente intelectual, sus tertulias y los personajes que pueblan sus calles y sus cafés. Pontevedra es el Castroforte del Baralla de “La saga/fuga de JB”, y de las leyendas rurales de esta ciudad tomó algunas de las mitologías de sus novelas. La ciudad le marcó también de manera muy profunda y así, cuando después de una estancia de diecisiete años en Madrid tuvo que elegir un nuevo destino para su cátedra de Literatura, será el instituto femenino de esta ciudad el que en 1964 tenga el privilegio de sus preferencias. De nuevo las tertulias, de nuevo el encuentro con la mitología de su Galicia, con sus amistades antiguas, con el ambiente de su vida. De nuevo los artículos sobre la sociedad y los problemas de su tiempo, esta vez en su sección “A modo” del FARO DE VIGO, dirigido entonces por Agustín Cerezales. Su hijo Gonzalo Torrente Malvido escribiría sobre la influencia en su obra de estos últimos años en la ciudad: “Pontevedra fue, con sólo dos años y un verano que duró su estancia en ella, una de las etapas más importantes en la vida profesional del novelista, trampolín sobre un segundo ciclo de literario caudal torrentino” (“Torrente Ballester, mi padre”).
OTROS ÁMBITOS
El libro de Ponte Far se asoma también a las relaciones de Torrente Ballester con la ciudad de A Coruña, menos intensas que las que mantuvo con las otras tres ciudades gallegas y cuya Diputación convoca cada año el ya prestigioso premio literario que lleva el nombre del escritor. Pero además en estas páginas se incluye una resumida biografía de Torrente y unos interesantes ensayos sobre su figura y su obra literaria a cargo de Ángel Basanta y Carmen Becerra, un trabajo sobre sus artículos periodísticos en FARO DE VIGO, escrito por César Antonio Molina, y otros sobre los últimos años de su travesía y de las tertulias de Pontevedra y Baiona, que cuentan Francisco Javier Moldes Fontán y Miguel Viqueira, así como un curioso ensayo sobre la faceta poco conocida de Torrente Ballester como crítico de cine, escrito por José Antonio Pérez Bowie.

EN LA MUERTE DE UMBERTO ECO

“El que no lee, a los 70 años habrá vivido
sólo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años”
Umberto Eco

Cuando Umberto Eco vino a Madrid a presentar su novela “La isla del día de antes” tuve el privilegio de compartir su compañía durante una comida organizada por la editorial que publicaba sus novelas en España. Escuchar a Umberto Eco era uno de esos placeres de los que uno nunca se cansaría. Sus conocimientos sobre toda la historia y la cultura universales y su erudición se mezclaban con un fino sentido del humor que manifestaba con total seriedad: “Estoy seguro, decía, que los libros de mi biblioteca que aún no he leído me transmiten su sabiduría cuando estoy en ella, porque a veces, cuando consulto alguno compruebo que lo que estoy leyendo ya lo conocía”.
La muerte de Umberto Eco a los 84 años significa la pérdida de uno de los referentes intelectuales más importantes del último siglo. Desde 1980, a raíz del éxito de “El nombre de la rosa” (más de 30 millones de ejemplares vendidos), Eco es más conocido como novelista, una carrera que continuó con “El péndulo de Foucault” (1988), “La isla del día de antes”, “Baudolino” o “El cementerio de Praga”, pero para quienes hemos estudiado periodismo su obra siempre estuvo presente en nuestra formación académica y ha marcado muchos de los principios sobre los que, en el ejercicio de la profesión, hemos construido los materiales con los que elaboramos la información y la comunicación del mensaje periodístico. Y para quienes nos hemos enfrentado a la elaboración de una tesis doctoral, su libro “Cómo se hace una tesis” ha sido una de las herramientas más prácticas y eficaces, recomendable aún ahora, para abordar un trabajo de investigación.
Mi conocimiento de la obra de Umberto Eco comenzó a raíz de la lectura de “Apocalípticos e integrados en la cultura de masas” (Ed. Lumen), un texto deslumbrante publicado en 1964, que recogía la polémica sobre los defensores de la importancia de la cultura de masas en la sociedad contemporánea y quienes la calificaban de seudocultura al considerar que sus valores comerciales y de consumo no permitían integrarla en lo que la tradición viene aceptando como verdadera cultura. El texto de Eco traía a la actualidad una constante que se viene planteando desde hace siglos en la historia, una controversia similar a la querella que entre los siglos XVI y XVIII protagonizaron los Antiguos y los Modernos, la que trajo a España Ortega y Gasset con “La rebelión de las masas” (Espasa), reflejo asimismo de las propuestas de los filósofos de la Escuela de Frankfurt (“Dialéctica de la Ilustración” de Adorno y Horkheimer). Y que continúa con nuevos planteamientos que han aportado recientemente autores como Mario Vargas Llosa (“La civilización del espectáculo”), Tzvetan Todorov ( “El miedo a los bárbaros”), Frederic Martel (“Cultura mainstream”), Gilles Lipovetsky (“La cultura mundo”) o Marc Fumaroli (“París-Nueva York-París”).
En unos años en los que el estructuralismo ocupaba las preferencias de la intelectualidad académica, la semiótica de Umberto Eco se distanciaba de los representantes más ortodoxos de este movimiento con una obra que trascendía sus principios más herméticos (su “Introducción al estructuralismo”, publicada en España por Akal Editores, es uno de los textos más recomendables para entender el movimiento). Con “Obra abierta” Umberto Eco vino a revolucionar el concepto de la crítica cultural al manifestar que el lector (o el espectador o el oyente) es el verdadero creador de la obra cuando reinterpreta las propuestas del autor, reivindicando la polisemia de cada obra, que está abierta por lo tanto a la interpretación de sus destinatarios y que puede ser diferente para cada uno de ellos dependiendo de su background cultural y de sus experiencias, y trasladando a los consumidores de la cultura el protagonismo de la obra. Eco no hacía más que poner en lenguaje actual lo que ya Paul Valery ya había sugerido cuando decía que “Il n’y a pas du vrai sens d’un texte”, y más recientemente la coreógrafa Pina Bausch al defender el derecho de cada espectador de sus montajes de danza contemporánea a tener su propia interpretación acerca de la obra, y al afirmar además que todas las interpretaciones son válidas.
Con “La estructura ausente”, una crítica al estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, Eco se alejó aún más de los estructuralistas ortodoxos al entender los códigos de la semiótica como una estructura de estructuras y una interacción entre el mundo de los signos y el mundo de las ideologías.
La obra gigantesca de Umberto Eco, que abarca desde Santo Tomás de Aquino a James Joyce, se manifestó preferentemente en sus ensayos de divulgación sobre arte, cultura de masas y comunicación. Además de “Apocalípticos e integrados en la cultura de masas”, la lectura de “Lector in fábula”, “Los límites de la interpretación”, “Kant y el ornitorrinco”, por citar algunos de los más conocidos, constituye uno de los ejercicios más fascinantes de indagación en el significado de la sociedad y la cultura contemporáneas. Sus incursiones en el arte han registrado títulos como “Historia de la belleza” y “Historia de la fealdad”. Sus artículos, publicados en periódicos y revistas de todo el mundo aportaban siempre una mirada crítica sobre los temas de la actualidad social y política y nos revelaban aspectos insospechados en las manifestaciones más diversas del arte y la cultura. Muchos de sus artículos fueron recogidos en “La bustina de Minerva”, título que encabezó sus columnas semanales en “L’Expresso” durante décadas.
En “Número cero”, su última novela, ambientada en la convulsa Italia de 1992 (Tangentópolis, Logia P2, Brigadas Rojas), aborda la actual crisis del periodismo y sus relaciones con el poder. La obra de Umberto Eco fue reconocida en España en 2000 con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, un galardón que se añadía a una larga lista de honores y reconocimientos.

DE FRAUDES E INDEPENDENCIAS

Después del referéndum de Quebec de 1995 en el que los no independentistas ganaron por un escaso margen, la Cámara de los Comunes de Canadá aprobó la facultad de determinar lo que, para considerar un resultado favorable a la secesión, habría de ser en las siguientes consultas una mayoría reforzada (que contempla un porcentaje muy superior al 51%). Cito el caso de Quebec porque es al que se alude cuando se habla de procesos de independencia o secesión en situaciones no coloniales, sin derecho de autodeterminación, consciente de que existen diferencias considerables con Cataluña. Más alejado está el ejemplo de Escocia, cuyas razones históricas tienen aún menos relación con la situación de la comunidad catalana. Soy de la opinión de que si en algún momento de la historia se registrase en Cataluña esa mayoría reforzada a la que se refiere el parlamento canadiense en relación con Quebec, no habría más remedio que evolucionar sin rupturas violentas y revolucionarias hacia una secesión, por dolorosa que ésta pudiera resultar para el resto de España y para un sector de la población catalana, y que en un referéndum nacional los partidos democráticos habrían de apoyar el sí a esa independencia para mantener en el futuro las mismas relaciones con Cataluña como las que se mantienen con cualquier otro país europeo . Dicho esto, creo que, en relación con el actual proceso que se dirime en Cataluña se han roto todos los procedimientos y actitudes que el sentido común y los comportamientos políticos democráticos recomiendan en decisiones de este calado. Se ha orientado a la sociedad catalana, haciendo gala en ocasiones de procedimientos más propios de los totalitarismos que de sociedades democráticas, hacia una deriva insospechada hace menos de cinco años aprovechando la debilidad de las instituciones afectadas por la crisis económica y la corrupción; es decir, se ha utilizado una situación transitoria en la que el país atravesaba graves dificultades, para promover un proceso en el que sólo una minoría pensaba antes de la crisis.
Ante las dificultades para elegir a Artur Mas como presidente de la Generalitat, algunos sectores vienen planteando la posibilidad de convocar unas nuevas elecciones. Sin ninguna explicación coherente y sin ninguna reflexión intelectual, Oriol Junqueras, el líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), posiblemente la fuerza hoy hegemónica en el movimiento independentista catalán, ha dicho que esta convocatoria sería un fraude. Es sorprendente la capacidad de los políticos para ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. A raíz de estas declaraciones se me ocurren algunas preguntas que el señor Junqueras tendría que responder sobre el concepto mismo de fraude en relación con el proceso. ¿Es un fraude acudir a unas elecciones en una coalición de partidos para aprovechar la fuerza de las uniones electorales de la ley d’Hont, que al final no se sepa cuántos votos corresponden a cada una de las formaciones que la componen, y sin embargo continuar un proceso que obligaría a aplicar tres programas políticos que no se parecen en nada excepto en la voluntad independentista de parte de sus votantes, bajo el principio de que lo importante es la “suma de voluntades soberanistas”?. Por cierto, ¿alguien ha pensado que posiblemente Convergencia Democrática de Catalunya podría no haber obtenido la mayoría de los votos de esa lista común? ¿Y no es un fraude proponer a su líder para que presida un gobierno en el que su partido posiblemente no sea mayoría en esa coalición?. No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. ¿Es un fraude acudir a unas elecciones en una lista cuya cabeza se niega en redondo a hacerse cargo de la presidencia de la Generalitat cuando la CUP estaría dispuesta a darle su apoyo para continuar el proceso independentista? ¿Es un fraude proponer sin embargo al número cuatro de esa lista como candidato a la presidencia cuando desde que se ha restaurado la democracia en este país siempre ha sido la cabeza una lista electoral a quien se postula para ese cargo para que los electores sepan con claridad a quien se vota para ese fin? No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. ¿No es un fraude acudir en coalición electoral con un partido que tiene embargadas sus sedes por operaciones de corrupción y sin embargo criticar la corrupción de todas las formaciones políticas, incluso de aquella con la que está aliada en la misma lista? ¿No es un fraude apoyar como candidato a la presidencia de una comunidad a quien ha permitido que sus gobiernos se beneficiasen de fondos procedentes de operaciones de corrupción, cuando se dice estar en contra de la corrupción? ¿No es un fraude seguir apoyando a un candidato que acusa a la juez que denunció el “caso 3%”, vinculada por cierto a ERC, de formar parte de las cloacas del Estado? No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. ¿No es un fraude utilizar los medios de comunicación públicos para hacer una información sesgada y manipulada a favor de los principios que defienden los poderes de los que depende el funcionamiento de esos medios? ¿No es un fraude convocar unas elecciones anunciando que serán plebiscitarias y después de celebradas rechazar el resultado plebiscitario salido de las urnas con la excusa de que la soberanía reside en el parlamento, cuando antes se defendía que residía en el pueblo? No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. ¿No es un fraude convocar elecciones comenzando la campaña el día siguiente al de una conmemoración nacionalista y terminarla un festivo que además cae en puente en Barcelona, sabiendo que son las grandes ciudades las que registran una mayoría de votos no nacionalistas? No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. ¿No es un fraude tensar una situación política que se sabe que no va a ninguna parte con los resultados obtenidos en las elecciones, ocultando que en realidad sólo se persigue una reacción del gobierno central que conllevaría iniciativas que inmediatamente serían fuertemente contestadas en un estallido de protesta social que con seguridad derivaría en violenta, con la intención de internacionalizar el conflicto?. ¿No es un fraude mendigar los votos de una formación política entre cuyos fines está la salida de la Unión Europea y del euro cuando durante toda la campaña electoral se trasladó a la opinión pública no sólo la intención de permanecer en ambas sino la promesa (también fraudulenta) de que la independencia no tiene como consecuencia la salida de Cataluña de las instituciones europeas?. No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. ¿No es un fraude iniciar un proceso nada menos que de independencia teniendo a la mitad de la población (sin entrar en que esa mitad sea el 49 o el 51 por ciento)en contra de ese proceso?. No estoy diciendo que sea ilegal. Sólo pregunto si no es un fraude. Por cierto, ¿con qué procedimientos piensan someter a ese 50% a la nueva situación?. No dudo que serán legales, porque se aprobarán por un parlamento salido de unas elecciones. Sólo pregunto si no serán fraudulentas.

POR LA BOCA MUERE EL PEZ

Se le atribuye al presidente norteamericano Abraham Lincoln la frase “Más vale callar y parecer idiota que hablar mucho y despejar toda duda”. Con frecuencia escuchamos declaraciones de personajes que se contradicen continuamente en sus afirmaciones y nunca reconocen haberse equivocado sino que insisten en que cuando dijeron ‘digo’ estaban diciendo ‘Diego’. No digo yo que haya que mantener las mismas opiniones sobre un mismo tema durante toda la vida porque las circunstancias cambian y, aunque no cambiasen, las personas evolucionan en su manera de ver las cosas, en su ideología y en sus actitudes. ¿De qué valdría si no la experiencia?. Decía el poeta Angel Valente que lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido.

Pero en estos días estamos asistiendo a una serie de declaraciones, sobre todo en el mundo de la política, de personas que, diciendo una cosa están al mismo tiempo diciendo la contraria. Un ejemplo. Cuando se hizo pública la imputación de Artur Mas por la celebración de la consulta del 9 de noviembre de 2014, a los pocos días de celebrarse las elecciones en Cataluña, el Gobierno manifestó que la Justicia tenía su propio funcionamiento y nunca hacía cálculos sobre las circunstancias en que se producen sus decisiones, y mucho menos que el Gobierno interfiera en ellas o en el calendario que siguen los órganos judiciales. Sin embargo, el ministro de Justicia Rafael Catalá (el Gobierno), se apresuró a decir que esa imputación no se había producido antes para no interferir en las elecciones autonómicas del 27 de septiembre, con lo cual venía a desmentir no sólo que la Justicia no sigue esos criterios de no intervención sino que había sido el Gobierno quien habría manifestado la conveniencia de retrasar esa imputación. De otra manera ¿por qué el ministro iba a estar tan seguro de que se había aplazado el anuncio de la imputación?.

Hablando de Artur Mas, una de las afirmaciones que ha venido haciendo durante toda la campaña electoral fue la de negar que en Cataluña se hubiera producido una ruptura social en la calle entre los partidarios de la independencia y los contrarios a su propuesta. Sin embargo, en una entrevista en La Sexta, a preguntas de la entrevistadora, Mas afirmaba que la voluntad independentista se había manifestado en la celebración de la Diada, durante la que cientos de miles de catalanes ocuparon las calles de Barcelona y otras ciudades pidiendo la independencia. Con lo cual no sólo venía a corroborar aquella ruptura social que negaba (los independentistas ocupan las calles y los no independentistas se quedan en sus casas) sino que, al afirmar que todos los manifestantes eran independentistas, daba a entender que la Diada, una celebración que desde los años de la transición se había caracterizado por acoger a catalanes de todos los partidos (incluso a los de la derecha no catalanista), ya era sólo monopolio de los partidarios de la independencia. Para los demás, se acabó la fiesta.

En la confusión de las informaciones generadas por el caso de Cataluña han pasado casi desapercibidas, o al menos no analizadas suficientemente, unas manifestaciones del antiguo dirigente de Podemos  Juan Carlos Monedero, desde su blog, sobre la condena del dirigente venezolano Leopoldo López por el régimen de Maduro. Venía a decir Monedero que la condena a 13 años de cárcel del opositor venezolano era de justicia porque había hecho lo mismo que hacían la kale borroka o ETA cuando no aceptaban los resultados electorales. Sorprende el rechazo con el que se han acogido estas declaraciones por quienes sólo atienden al acuerdo que Monedero mantiene con el gobierno y la justicia venezolana en relación con la pena a la que ha sido condenado Leopoldo López, realmente otra más de las vergonzosas decisiones del chavismo. Pero sin embargo, hay que analizar las manifestaciones de Monedero desde otro punto de vista porque, al fin, reconoce que a los de la kale borroka habría que condenarlos también a esos trece años de cárcel que le impusieron a López y, para quienes tanto dudan de las simpatías de Monedero por ETA, esta es una prueba de que en realidad Monedero no está de acuerdo con las acciones llevadas a cabo por la banda a causa de su no aceptación de los resultados electorales durante tantos años. Algo hemos ganado.

LECTURAS DE VERANO

Se tiene la idea de que el verano es la época en que la gente lee más porque tiene más tiempo para dedicar a la lectura. La falta de tiempo es la excusa que siempre se alega cuando a alguien le preguntan si le gusta leer. Posiblemente en general se lea más en verano, no sólo por esta circunstancia sino porque hay otros mecanismos que promueve la industria editorial, como la celebración de importantes ferias del libro en vísperas o inicios del verano, en las que los visitantes adquieren sus bagajes de lecturas veraniegas. Sin embargo pienso que para quienes leen habitualmente el resto del año, el verano es la estación en la que dedican menos tiempo a la lectura, porque suelen orientar su ocio hacia actividades diferentes.
Cuando se habla de lecturas de verano todo el mundo entiende que se trata de novelas de evasión con argumentos simples y protagonistas sin complicaciones existenciales, de narraciones entretenidas, muy propias de los best seller de cada momento. Cuando bajo a la playa y veo qué lee la gente al sol, además de las revistas del corazón y los periódicos deportivos, observo que abundan los títulos más promocionados de la temporada, casi todos de autores muy conocidos. Las revistas literarias y los suplementos de los periódicos confeccionan cada año con estas publicaciones listas de lecturas que recomiendan para el verano, como si en esta estación no fuera posible leer otra cosa.
En relación con mis lecturas de verano hace años que tengo por costumbre diversificarlas en torno a tres categorías. Suelo aplazar para esta época las novedades que, por falta de tiempo, no he podido abordar durante el año. En estos meses también acudo a los clásicos que, por unos u otros motivos, tengo pendientes de lectura: así, a bote pronto, recuerdo haber leído en la playa, en los últimos años, títulos como “El idiota” de Dostoievski, “La madre” de Gorki, “Los Buddenbrock” de Thomas Mann o “El hombre sin atributos” de Musil. Y hay un tercer placer al que acudo con frecuencia durante el verano, que es el de la relectura de aquellos libros que por motivos diversos me han dejado alguna huella. “El gran Meaulnes” fue uno de ellos este verano.
UN AUTOR OLVIDADO
Durante mucho tiempo “El gran Meaulnes” fue una lectura recomendada a los adolescentes, junto a las novelas de Salgari, Stevenson o Julio Verne. Fue a esa edad cuando leí por primera vez la novela de Alain Fournier, que cuenta las aventuras de Augustin Meaulnes narradas por su mejor amigo y confidente, François Seurel, hijo del maestro del colegio al que ambos asisten. En mi memoria ha quedado grabada para siempre una de las imágenes más poderosas de la literatura, la de un joven bajando las estrechas escaleras de un caserón llevando en brazos el cadáver de quien pudo haber sido su amada.
Me sedujo entonces también la manera en que está narrada la sacudida que sufre la vida rutinaria de unos personajes que viven en un idílico entorno rural, a causa de la llegada de un joven diferente a los demás, de un indomable espíritu aventurero: “La llegada de Augustin Meaulnes fue el principio de una vida nueva”, recuerda François muchos años después. El contagio de este espíritu de Meaulnes a su joven amigo se extiende también a los lectores, fascinados por las experiencias del protagonista y por el encuentro misterioso y apasionado con el primer amor de juventud. Alain Fournier recrea con maestría los diferentes escenarios en los que se desarrolla la acción: el colegio, las pequeñas localidades rurales y el Dominio, un misterioso paraje en el que se enclava la mansión sin nombre en la que Meaulnes vive la aventura que decidirá su vida.
Cuando leí por primera vez “El gran Meaulnes” yo no conocía la biografía de Alain Fourier (1886-1914), que murió en combate en Les Espargues a los 28 años (al año siguiente de publicar esta su única novela) víctima temprana de la Primera Guerra Mundial. Tampoco sabía de la experiencia que tuvo con una joven de la que se enamoró y a la que buscó incansablemente durante años, después de haber perdido su rastro, y que inspiró la trama de esta novela, en la que también recoge sus experiencias como hijo de un matrimonio de maestros de Sologne. Sin embargo, el desconocimiento de estos detalles no impide sumergirse en el ambiente de la historia, entender sus episodios, en los que se mezclan realidad y ensueño, y quedar atrapado en los avatares del protagonista, trenzados con elementos literarios que van desde el azar y la fantasía a la tragedia romántica.
Novela del desasosiego juvenil en un entorno rutinario, donde las estaciones se suceden iguales año tras año y la vida discurre monótona y repetida, Fournier profundiza aquí, a través de una poética melancolía, en los sentimientos de quienes despiertan a la vida llenos de coraje y ambición y se enfrentan a una realidad que no siempre resulta gratificante.
Muchos años después, el reencuentro con este clásico semiolvidado (la última reedición, de Mondadori, tiene más de diez años) ha mantenido intactas para mí las sensaciones que me transmitió en su día la primera lectura.
EL PRIMER DOSTOIEVSKI
En cuanto a los clásicos, este año he vuelto a Dostoievski y a una de sus novelas de referencia, las “Memorias del subsuelo”. Dostoievski la publicó después de “Humillados y ofendidos” y antes de escribir las que se consideran sus grandes obras, “Crimen y castigo” y “Los hermanos Karamazov”.
Solía decir José Saramago que él escribía novelas para decir lo mismo que explicaría en un ensayo, pero consciente de que el mensaje llegaba así a más lectores y podía ser mejor asimilado. Lo mismo parece mover a Dostoievski cuando concibe estas “Memorias del subsuelo”, en las que ha querido explicar, a través de la ficción, una peculiar filosofía de la vida. Divididas en dos partes diferentes protagonizadas por un mismo personaje, en la primera, el protagonista expone en un largo monólogo cómo entiende la existencia. Lo hace desde la condición trágica de un proscrito, un paria que es consciente de su incapacidad para alcanzar una existencia feliz. Vive en las afueras de una gran ciudad, San Petersburgo, en un sótano miserable y oscuro, como una metáfora del inconsciente. Al igual que un personaje de Kafka, se siente víctima de la deshumanización que han traído al siglo XIX la industrialización y la burocracia de la nueva sociedad, y reacciona ante ella con lo más negativo que alberga el ser humano, cometiendo actos reprobables en los que encuentra el placer: “Llegaba a sentir una suerte de secreto placer, monstruoso y vil, cuando, de regreso a mi tugurio, me confesaba a mí mismo brutalmente que también aquel día había cometido una bajeza (…) mi delicia provenía de que conservaba la conciencia demasiado lúcida de mi degradación, de que comprendía que había alcanzado el fondo de la infamia”. Nuestro protagonista busca lo bello y lo sublime, y lo encuentra en las cosas más viles e infames. Su rebelión contra el mundo incluye su oposición a las leyes naturales, a la prosperidad, a la razón y hasta a la aritmética: “el dos y dos son cuatro no es ya la vida sino el comienzo de la muerte”. Dice George Steiner en la introducción (la edición que manejo es la de Barral de 1978) que en su sótano, el protagonista hace planes de venganza contra los burócratas, los cocheros que lo salpican de barro, los criados que le cierran la puerta en la nariz, las damas que se burlan de su abrigo raído… con la esperanza de que todos se arrastrarán un día a sus pies de conquistador. La venganza es, pues, su razón de existir. Pero a diferencia del resto de los hombres, que se vengan porque creen que la venganza es una forma de hacer justicia, nuestro protagonista quiere vengarse por pura maldad.
La segunda parte de “Memorias del subsuelo” está dedicada a la consumación de esta venganza. Nuestro antihéroe maquina la forma de vengarse de las humillaciones sufridas a manos de sus antiguos compañeros de trabajo, a quienes desprecia, sacrificando incluso sus pocas pertenencias y su escaso pecunio. Termina en el lecho de una prostituta a la que decide salvar de su infortunio y a la que, fiel a sus principios, acaba finalmente hundiendo y condenando a una vida sin esperanza.

MÁSCARAS DE VALLE-INCLÁN

“El que más vale no vale tanto como vale Valle”. Esta divisa nobiliaria, que figura en el escudo de los Valle-Inclán, dio pie al escritor para atribuirse unos inciertos orígenes nobiliarios heredados de sus antepasados. Su tío abuelo Benito Montenegro, que inspiró el personaje de don Juan Manuel, el de las Comedias bárbaras, descendía, según don Ramón, de una emperatriz alemana en cuyo blasón figuraban espuelas de oro sobre campo de plata. Valle-Inclán explotó siempre que pudo su ascendencia aristocrática para recrear una imagen a la que fue añadiendo los atributos intelectuales y estéticos que conforman su leyenda. Dedicó toda su vida a cultivar esta imagen que, al margen de su excepcionalidad literaria, le proporcionó un halo de originalidad que lo diferenciaba de la monotonía de sus contemporáneos. A ello se dedicó ya desde su juventud, muchas veces convirtiendo en fantasías algunas de sus vivencias y otras falseando directamente la realidad. Entre sus primeros relatos fabulosos figura el de la supuesta caza de un lobo, acompañado de su abuelo, cuando era aún un niño (pero su abuelo había muerto un año antes de que él naciera). Un reciente libro de Manuel Alberca, “La espada y la palabra”, tal vez la biografía más completa del escritor, ha rastreado entre algunas de las máscaras que Valle-Inclán utilizó a lo largo de su vida para agigantar una leyenda que lo acompañó más allá de la muerte.
Uno de los referentes literarios de sus primeros años fue el escritor José Zorrilla, un autor entonces muy popular. En su primera estancia en Madrid, que inició en 1891, Valle-Inclán dijo haberse encontrado con el insigne escritor en un tranvía que pasaba por la Puerta del Sol. De la conversación que mantuvo con Zorrilla durante el tiempo que duró el trayecto, Valle-Inclán escribió un artículo titulado “El tranvía”, que, en diferentes versiones, publicó a lo largo de varios años primero en “El Globo”, después en “Diario de Pontevedra” y por último en “El Correo Español” de México. Siempre presumía de haber intimado con su idolatrado escritor, al que llamaba “mi viejo amigo el poeta Zorrilla”, aunque se sabe que, a causa de su enfermedad, Zorrilla no salía de casa desde dos años antes de la fecha en la que Valle-Inclán decía haber coincidido con él en Madrid.
Valle-Inclán perdió su brazo izquierdo durante una pelea con el periodista Manuel Bueno, que lo molió a palos con un bastón de hierro que utilizaba habitualmente. Uno de los golpes le afectó a los huesos de su muñeca y la infección interna, no detectada en los primeros auxilios, le produjo una gangrena que obligó a una dolorosa amputación. El escritor contaba la pérdida de su brazo de mil maneras diferentes, a cual más fantasiosa. La Asociación de la Prensa reunió dinero para financiarle un brazo ortopédico que nunca llegó a comprar.
Durante su estancia en Roma como director de la Academia de Bellas Artes de España, trabó amistad con el matrimonio formado por el agregado militar de la embajada de España, el comandante de aviación Ignacio Hidalgo de Cisneros y su mujer, la aristócrata madrileña Constancia de la Mora. El militar fue encargado por el gobierno español a una misión para ayudar a huir a Francia al dirigente socialista Indalecio Prieto, perseguido por la policía por su apoyo a la revolución de octubre en Asturias. Cisneros contó a Valle-Inclán con todo lujo de detalles cómo había sacado a Indalecio Prieto escondido en el maletero de su automóvil, que pasó todos los controles gracias a su uniforme militar. Días más tarde, en una tertulia improvisada en su domicilio, Valle-Inclán contaba a los asistentes cómo se había organizado y llevado a cabo la evasión de Indalecio Prieto a Francia. Lo más sorprendente es que el propio Valle-Inclán aseguraba que él mismo había sido el organizador y el protagonista de la fuga. Sorprendente, sobre todo, teniendo en cuenta que entre los contertulios estaba el propio comandante Cisneros, que escuchaba atónito el relato, y al que don Ramón se dirigía con toda naturalidad para contarle una aventura que él mismo había protagonizado.
Por extraño que pueda parecer, las fantasías continuaron más allá de su muerte. En muchas de sus biografías se cuenta que durante su entierro, en medio de una lluvia torrencial, un joven anarquista, Modesto Pasín, se abalanzó sobre la tumba ya abierta para arrancar la cruz que figuraba en la tapa del ataúd, que dejó al descubierto el cadáver de Valle-Inclán a través de un boquete provocado por la acción del anarquista. Resulta extraño que un incidente tan destacado, de haberse producido, no figurase en ninguna de las crónicas del entierro, que recogieron prácticamente todos los periódicos. Pese a lo cual se ha tenido por cierto durante muchos años.

QUIJOTES PARA TODOS

Acaba de publicarse una encuesta del CIS que revela que “El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha”, la obra cumbre de la literatura española y una de las más importantes de la literatura universal, en la actualidad sólo la leen dos de cada diez españoles y que a casi la mitad de éstos (40%) no les ha gustado. Incluso es posible que los resultaos sean peores porque se dice que hay quien se avergüenza de reconocer que no lo ha leído. Este año, en que se conmemora el 400 aniversario de la publicación de la segunda parte del Quijote, se han registrado varias iniciativas que pueden mejorar estos datos porque tratan de hacer llegar esta obra a todo tipo de lectores.
PARA LECTORES EXIGENTES
La Real Academia Española acaba de publicar la edición más completa de la historia de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”. Son dos volúmenes pensados para quienes quieren ir más allá de la simple lectura del clásico y aspiran a comprender la historia, el arte, la cultura y todo lo que se pueda relacionar con la época en la que don Miguel de Cervantes situó las aventuras y desventuras de su personaje. Junto al texto del Quijote, exhaustivamente anotado, se incluyen ensayos que explican diversos aspectos de la obra, gráficos con los mapas de los territorios en los que se movieron el ingenioso hidalgo y Sancho, ilustraciones de todas las épocas, la bibliografía más amplia jamás registrada… La de la RAE es una de esas obras que se agradecen sobre todo por quienes conocen ya la obra y quieren acceder a nuevos niveles de lectura.
PARA ESTUDIANTES
El Quijote suele ser una de las lecturas obligatorias en los colegios para los estudiantes de la asignatura de Literatura. Lo fue por ley en 1920, con el apoyo de Unamuno y pese a la oposición de Ortega y Gasset. Algunos, sobre todo los más jóvenes, encuentran dificultades para leer y entender un texto escrito en el castellano del siglo XVII, aún con las adaptaciones que han venido haciéndose con el tiempo, lo que en muchos provoca una sensación de fracaso y en ocasiones, como de rebote, un rechazo a la obra. A iniciativa también de la RAE, el escritor Arturo Pérez Reverte ha trabajado en un Quijote para estudiantes, que acaba de publicar la editorial Santillana, “podando” del texto original todo lo que pudiera distraer de la trama básica del relato, remitiendo a enlaces los pasajes recortados. Y para una mejor comprensión del texto, Reverte ha actualizado algunas palabras que ya no se usan o no se entienden.
PARA VAGOS
Esta actualización del idioma es la que ha abordado el escritor Andrés Trapiello para “su” Quijote, que publica la editorial Destino, un trabajo en el que ha invertido 14 años. La encuesta del CIS que citábamos al principio recoge que el 66 por ciento de los que piensan que el Quijote es una obra difícil de leer dicen que lo es por el lenguaje en que está escrita. Para estos tal vez la solución sea la traducción atrevida que hace Andrés Trapiello de la obra de Cervantes, utilizando equivalentes contemporáneos a palabras y expresiones que ya no se utilizan o no se entienden. Así, el lector ya no tendrá que acudir al diccionario para conocer el significado de muchas de las palabras que Cervantes utilizó en la obra. Trapiello aclara los giros cervantinos que son más difíciles de entender en la escritura original, actualiza algunos de los refranes diseminados a lo largo de la obra y traduce al castellano actual el léxico que puede resultar ininteligible. El resultado mantiene la esencia del original. El mejor ejemplo puede ser el párrafo más conocido, aquel con el que comiénzala obra:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino”.

“En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor. Consumían tres partes de su hacienda una olla con algo más de vaca que carnero, ropa vieja casi todas las noches, huevos con torreznos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos. El resto della lo concluían un sayo de velarte negro y, para las fiestas, calzas de terciopelo con sus pantuflos a juego, honrándose entre semana con un traje pardo de lo más fino”.

Supongo que no es necesario señalar que las adaptaciones para estudiantes y esta que yo llamo para vagos han desatado una fuerte polémica sobre estas iniciativas. Los puristas han puesto el grito en el cielo como si se tratara de herejías literarias. El escritor y crítico Alberto Mangel (Babelia, 30/05/2015) considera que estas versiones son un síntoma de pereza intelectual, pensados para lectores que no quieren perder el tiempo, y que al quitarle las palabras difíciles se destruye el texto. Otros lo han entendido como un servicio a los lectores incapaces de abordar la lectura del Quijote precisamente por las incomodidades que suponen las peculiaridades del idioma en el que está escrito. Algunos (Fernando Aramburu. “El Quijote de Trapiello”. El País. 15/06/2015) han agradecido el trabajo y lamentado que no se haya hecho algo así cuando eran estudiantes. Como ocurre en todas las polémicas, hay razones válidas en todos los bandos. Pero no hay que olvidar que la puesta en lenguaje actual, respetando las características del texto original, es algo que viene haciéndose desde siempre. No hay más que leer cualquiera de las ediciones del “Cantar de Mio Cid” o de “La Celestina” para entender que el lenguaje que se utiliza en estas ediciones no es el original de la época en la que se escribieron las obras.

50 AÑOS NO ES NADA

Cincuenta años no es nada

Fuiste a la mejor escuela, muy bien, señorita solitaria
pero sabes que ahí sólo fuiste mimada
nadie jamás te enseño a vivir en la calle y
ahora te encuentras con que vas a tener
que acostumbrarte.
“Like a rolling stone”
Bob Dylan

De repente
no soy ni la mitad del hombre que era antes
Hay una sombra que se cierne sobre mí
De pronto llegó el ayer
“Yesterday”
Lennon & McCartney

Cuando lo intento con alguna muchacha

me dice: Nene, será mejor que vuelvas la próxima semana

porque, verás, estoy en una mala racha.

No puedo obtener ninguna satisfacción

«I can’t get no (satisfaction)»

Jagger&Richard

Normalmente, cuando hablamos de efemérides los periodistas nos referimos a acontecimientos que están muy lejos en el tiempo. Se conmemoran este 2015 quinientos años del nacimiento de Teresa de Jesús, cuatrocientos años de la publicación de la segunda parte del Quijote, dos siglos de la batalla de Waterloo, setenta años del fin de la segunda guerra mundial… Sin embargo, con el tiempo hay celebraciones que ya nos van resultando cercanas. Algunas de las cosas que se celebran ahora nos parece que son de ayer mismo, porque estábamos aquí cuando sucedieron. Son esas que nos hacen exclamar ¡cómo pasa el tiempo!
La década de los años sesenta fue para mi generación lo que seguramente para nuestros abuelos fue la de los años veinte, los llamados “felices veinte”. A pesar del franquismo, la imagen que tenemos ahora de los sesenta es también la de una década feliz, superadas las peores dificultades de la posguerra, en la que además la historia se iba haciendo a nuestro alrededor: la crisis de los misiles en Cuba, la construcción del muro de Berlín, la guerra de Vietnam y la de los Seis Días, los asesinatos del presidente Kennedy, de Martin Luther King y del Che Guevara, la revolución de mayo del 68, la llegada del hombre a la Luna, la explosión de la música y la estética pop, el movimiento hippie, los festivales de Wight y Woodstock… fueron acontecimientos que a quienes los hemos vivido aunque fuera desde la distancia, nos parecen de ayer mismo. Por eso nos sorprende cuando, como en estos días, se nos recuerda que canciones que nos acompañaron toda la vida, como “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan, «Satisfaction» de los Rolling Stones y “Yesterday” de los Beatles, cumplen ahora 50 años. Y que fue precisamente hace ahora 50 años cuando los de Liverpool visitaron por primera y única vez España para dos conciertos que ya son historia. Y nos deja también un tanto perplejos que Los Brincos anden estos días por los escenarios de medio país celebrando con “Un sorbito de champán” que han nacido hace también ahora 50 años. Cincuenta años. Nada menos que medio siglo que se nos ha ido en un suspiro, y ahora vienen a recordárnoslo las canciones que a los de mi generación (por cierto, «My generation», de The Who, es de las que también cumple ahora los 50) nos hicieron felices y que a nosotros nos siguen sonando tan frescas como entonces aunque nos hagan reflexionar sobre el paso del tiempo. Cuentan que un admirador de Greta Garbo se cruzó un día con la actriz, ya en sus últimos años:
– ¿Es usted Greta Garbo?
– Yo fui Greta Garbo
Tempus fugit.

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