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EN LA MUERTE DE UMBERTO ECO

“El que no lee, a los 70 años habrá vivido
sólo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años”
Umberto Eco

Cuando Umberto Eco vino a Madrid a presentar su novela “La isla del día de antes” tuve el privilegio de compartir su compañía durante una comida organizada por la editorial que publicaba sus novelas en España. Escuchar a Umberto Eco era uno de esos placeres de los que uno nunca se cansaría. Sus conocimientos sobre toda la historia y la cultura universales y su erudición se mezclaban con un fino sentido del humor que manifestaba con total seriedad: “Estoy seguro, decía, que los libros de mi biblioteca que aún no he leído me transmiten su sabiduría cuando estoy en ella, porque a veces, cuando consulto alguno compruebo que lo que estoy leyendo ya lo conocía”.
La muerte de Umberto Eco a los 84 años significa la pérdida de uno de los referentes intelectuales más importantes del último siglo. Desde 1980, a raíz del éxito de “El nombre de la rosa” (más de 30 millones de ejemplares vendidos), Eco es más conocido como novelista, una carrera que continuó con “El péndulo de Foucault” (1988), “La isla del día de antes”, “Baudolino” o “El cementerio de Praga”, pero para quienes hemos estudiado periodismo su obra siempre estuvo presente en nuestra formación académica y ha marcado muchos de los principios sobre los que, en el ejercicio de la profesión, hemos construido los materiales con los que elaboramos la información y la comunicación del mensaje periodístico. Y para quienes nos hemos enfrentado a la elaboración de una tesis doctoral, su libro “Cómo se hace una tesis” ha sido una de las herramientas más prácticas y eficaces, recomendable aún ahora, para abordar un trabajo de investigación.
Mi conocimiento de la obra de Umberto Eco comenzó a raíz de la lectura de “Apocalípticos e integrados en la cultura de masas” (Ed. Lumen), un texto deslumbrante publicado en 1964, que recogía la polémica sobre los defensores de la importancia de la cultura de masas en la sociedad contemporánea y quienes la calificaban de seudocultura al considerar que sus valores comerciales y de consumo no permitían integrarla en lo que la tradición viene aceptando como verdadera cultura. El texto de Eco traía a la actualidad una constante que se viene planteando desde hace siglos en la historia, una controversia similar a la querella que entre los siglos XVI y XVIII protagonizaron los Antiguos y los Modernos, la que trajo a España Ortega y Gasset con “La rebelión de las masas” (Espasa), reflejo asimismo de las propuestas de los filósofos de la Escuela de Frankfurt (“Dialéctica de la Ilustración” de Adorno y Horkheimer). Y que continúa con nuevos planteamientos que han aportado recientemente autores como Mario Vargas Llosa (“La civilización del espectáculo”), Tzvetan Todorov ( “El miedo a los bárbaros”), Frederic Martel (“Cultura mainstream”), Gilles Lipovetsky (“La cultura mundo”) o Marc Fumaroli (“París-Nueva York-París”).
En unos años en los que el estructuralismo ocupaba las preferencias de la intelectualidad académica, la semiótica de Umberto Eco se distanciaba de los representantes más ortodoxos de este movimiento con una obra que trascendía sus principios más herméticos (su “Introducción al estructuralismo”, publicada en España por Akal Editores, es uno de los textos más recomendables para entender el movimiento). Con “Obra abierta” Umberto Eco vino a revolucionar el concepto de la crítica cultural al manifestar que el lector (o el espectador o el oyente) es el verdadero creador de la obra cuando reinterpreta las propuestas del autor, reivindicando la polisemia de cada obra, que está abierta por lo tanto a la interpretación de sus destinatarios y que puede ser diferente para cada uno de ellos dependiendo de su background cultural y de sus experiencias, y trasladando a los consumidores de la cultura el protagonismo de la obra. Eco no hacía más que poner en lenguaje actual lo que ya Paul Valery ya había sugerido cuando decía que “Il n’y a pas du vrai sens d’un texte”, y más recientemente la coreógrafa Pina Bausch al defender el derecho de cada espectador de sus montajes de danza contemporánea a tener su propia interpretación acerca de la obra, y al afirmar además que todas las interpretaciones son válidas.
Con “La estructura ausente”, una crítica al estructuralismo de Claude Lévi-Strauss, Eco se alejó aún más de los estructuralistas ortodoxos al entender los códigos de la semiótica como una estructura de estructuras y una interacción entre el mundo de los signos y el mundo de las ideologías.
La obra gigantesca de Umberto Eco, que abarca desde Santo Tomás de Aquino a James Joyce, se manifestó preferentemente en sus ensayos de divulgación sobre arte, cultura de masas y comunicación. Además de “Apocalípticos e integrados en la cultura de masas”, la lectura de “Lector in fábula”, “Los límites de la interpretación”, “Kant y el ornitorrinco”, por citar algunos de los más conocidos, constituye uno de los ejercicios más fascinantes de indagación en el significado de la sociedad y la cultura contemporáneas. Sus incursiones en el arte han registrado títulos como “Historia de la belleza” y “Historia de la fealdad”. Sus artículos, publicados en periódicos y revistas de todo el mundo aportaban siempre una mirada crítica sobre los temas de la actualidad social y política y nos revelaban aspectos insospechados en las manifestaciones más diversas del arte y la cultura. Muchos de sus artículos fueron recogidos en “La bustina de Minerva”, título que encabezó sus columnas semanales en “L’Expresso” durante décadas.
En “Número cero”, su última novela, ambientada en la convulsa Italia de 1992 (Tangentópolis, Logia P2, Brigadas Rojas), aborda la actual crisis del periodismo y sus relaciones con el poder. La obra de Umberto Eco fue reconocida en España en 2000 con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, un galardón que se añadía a una larga lista de honores y reconocimientos.