Archivo de la categoría: Cultura

EL PADRINO A LOS CIEN AÑOS

EUFEMÉRIDES

En el centenario del nacimiento de Marlon Brando

         1973 fue el año en el que Marlon Brando llegó a lo más alto de su carrera gracias sobre todo a su papel en la película “El padrino” de Francis Ford Coppola. Por este trabajo fue galardonado con el Oscar al mejor actor, un premio que no fue a recoger. En su lugar envió a Sacheen Littlefeather, una actriz que se hizo pasar por activista de los derechos civiles de los indios para leer un manifiesto de protesta por la imagen que Hollywood daba de ellos en sus películas. Aquellos días el tema de la colonización americana estaba de actualidad gracias al éxito del libro de Dee Brown “Enterrad mi corazón en Wounded Knee”, donde en 1890 habían sido masacradas varias tribus sioux. En febrero de 1973 los descendientes de aquellas víctimas habían tomado la aldea de Wounded Knee, al sur de Dakota, para obligar al gobierno a negociar sobre las condiciones de vida en las reservas. El tema estaba en todo su apogeo cuando se celebró la ceremonia de los Oscar. El incidente de Hollywood tuvo repercusiones para Brando en sus relaciones con las productoras, reacias a contratar a quien se había mostrado tan crítico con la industria. No volvió a protagonizar ninguna otra película de éxito. En 1972 había rodado también  “Último tango en París”, de Bernardo Bertolucci, una tórrida historia de amor y sexo que incluía una violación que años después, María Schneider, la actriz protagonista, reveló que había sido real por voluntad del propio Brando. Después de estas películas sólo cabe destacar un papel secundario en “Apocalipse Now”, también de Ford Coppola. Sin embargo seguía siendo uno de los actores mejor pagados: por una brevísima aparición en “Superman” cobró en 1978 cuatro millones de dólares. En España rodó en 1992 “Cristóbal Colón: el descubrimiento” interpretando al inquisidor Torquemada, un papel secundario por el que le pagaron 500 millones de pesetas.

         Marlon Brando estuvo familiarizado con el mundo de los escenarios y los platós desde que naciera el 3 de abril de 1924, hace cien años. Su padre era un productor de cine de origen alemán, alcohólico y mujeriego, que había tenido algunos éxitos con películas protagonizadas por James Cagney, Gary Cooper y Sidney Poitier. Su madre, Dorothy Pennebaker, actriz de teatro, que sufría trastorno bipolar, murió alcoholizada en 1954. Fue ella quien transmitió a su hijo (y también a su hermana Jocelyn) la atracción por los escenarios de teatro y los estudios de cine.  Como homenaje, Marlon Brando tituló su autobiografía “Las canciones que mi madre me enseñó”, que escribió en 1994 con Robert Lindsey. Después de la muerte de su madre, Marlon Brando, tercero de los hijos del matrimonio, se trasladó a vivir a la casa de su hermana en el Greenwich Village de Nueva York huyendo de la autoridad de un padre prepotente y represor. Aunque también el comportamiento del joven Brando dejaba mucho que desear, expulsado de todos los colegios en los que había estudiado y de la academia militar de Minnesota a donde lo había enviado su padre. Gracias a los contactos de su hermana, en Nueva York recibió clases de teatro de Stella Adler, Elia Kazan y Lee Strasberg en el Actor’s Studio siguiendo el método Stanislavski. Comenzó haciendo teatro en papeles dramáticos muy elogiados por la crítica, pero muy pronto se vio atraído por el cine, donde Elia Kazan lo convirtió en estrella dándole el papel protagonista de “Un tranvía llamado deseo”, una obra de Tennessee Williams con la que Brando ya había triunfado en el teatro. Kazan volvió a dirigirlo en “Viva Zapata”, otra de sus primeras grandes interpretaciones. Fue nominado tres veces al Oscar, por esas dos películas y por “Julio César”. Por fin consiguió la estatuilla por su papel en “La ley del silencio”. Su carrera siguió con “Rebelión a bordo”, “El rostro impenetrable” (que también dirigió), “La jauría humana” y “Reflejos en un ojo dorado”, que no consiguieron los elogios de sus anteriores trabajos pero lo mantuvieron en primera línea. A finales de los años sesenta, su descuidada imagen de abandono, su obesidad, sus problemas con el alcohol y su retiro a la isla de Tetiaroa, en la Polinesia francesa, que Marlon Brando compró en 1966 a los descendientes de la familia real de Tahití, hicieron que el cine se olvidara de él. La necesidad de mantener a sus numerosas amantes y a los once hijos que había tenido de sus tres matrimonios lo obligó a regresar al tajo. En “Las canciones que mi madre me enseñó” reconoce haber tenido un breve romance con Marilyn Monroe, que cree que fue asesinada, y una relación más seria con Rita Moreno, a quien según cuenta la actriz en sus memorias, obligó a abortar cuando quedó embarazada. Su última esposa, la tahitiana Tarita Teriipia, a quien conoció durante el rodaje de “Rebelión a bordo”, publicó tras su divorcio un libro demoledor sobre su relación con Brando. Así pues, fueron las dificultades económicas las que obligaron al actor a regresar a los estudios para pedir a Ford Coppola el papel de don Vito Corleone en “El padrino”, un personaje que lo había fascinado desde que leyó la novela de Mario Puzo. A pesar de la inicial oposición de la Paramount, el director consiguió imponer su criterio sobre quién debía interpretar a don Vito. Y fue todo un acierto.

Los últimos años de la vida de Marlon Brando no fueron precisamente de vino y rosas. El novio de Cheyenne, una de sus hijas, fue asesinado en la residencia familiar que los Brando tenían en Mulholland Drive, el barrio al pie de las colinas de Hollywood. Christian, hermanastro de Cheyenne, fue acusado como autor material del crimen y condenado a prisión, donde pasó seis años. En 1995 Cheyenne se ahorcó en el dormitorio de su casa en Tahití y Christian también se suicidó al año siguiente en Los Ángeles. A pesar de estos golpes Marlon Brando continuó haciendo algunas películas (“The Score”, “Un golpe maestro”, “El regreso de Supermán”) y manteniendo sus actividades de apoyo a la causa de los Black Panthers, la oposición a la pena de muerte y como embajador de Unicef. Mimado por la popularidad, en sus memorias afirma que la fama es  estúpida y destructiva: “ha sido mi perdición, me ha obligado a vivir una vida falsa… la gente no se relaciona contigo por la persona que eres, sino con el mito que creen que eres, y el mito está equivocado”.     

         En la historia del cine Marlon Brando forma parte de una generación de grandes actores cuyos nombres conformaron toda una era dorada del séptimo arte: James Dean, Paul Newman, Kirk Douglas, Rock Hudson, Montgomery Clift, Steve McQueen… La revista “Time” calificó a Brando como “el mejor actor del siglo XX”, o sea, el mejor de todos ellos.  Murió el 1 de Julio de 2004, solo y arruinado aunque, pese a las presiones de todo tipo, sin vender su isla tahitiana en la que seguía viviendo. A su muerte pasó a ser propiedad de su hijo Teihotu y hoy es un resort de lujo bautizado con el nombre del actor.

EN LA MUERTE DE RAMÓN MASATS

Desaparece el  Cartier-Bresson español

Francisco R. Pastoriza

         En los años sesenta del siglo XX las fotografías de Ramón Masats revolucionaron la imagen documental de una España negra de toros, procesiones, falangistas, fiestas populares, mujeres de luto y guardias civiles. En alguna ocasión declaró no ser consciente de estar retratando una época, pero con el tiempo sus fotografías se han convertido en verdaderos iconos de la sociedad española de aquellos años. Su instantánea de un cura con sotana haciendo una estirada de portero en un partido de fútbol, titulada “Seminario. Madrid, 1960”, es la que mejor le representa. La foto la hizo por encargo de un seminario de Madrid que quería dar una imagen popular de los curas, jugando al fútbol con los jóvenes y haciendo cosas de gente normal. La foto fue adquirida por el MoMA de Nueva York, donde se exhibe junto a otras de grandes artistas. Los museos Reina Sofía y Bellas Artes de San Fernando en Madrid  y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo albergan también algunas de sus obras. Otras se conservan en el Museo de Fotografía en Huete (Cuenca).

         Nacido en Caldes de Montbui, Barcelona, en 1931, Ramón Masats murió el día 4 de este mes de marzo en Madrid. Pasó sus primeros años de niño de la guerra en la tienda donde sus padres vendían bacalao, que además tenía un sótano donde iban a refugiarse los vecinos cuando había bombardeos. Durante el servicio militar se aficionó a la fotografía leyendo en los ratos libres la revista “Arte fotográfico” y se compró su primera máquina. En su casa tuvo que decir que le había tocado en una tómbola. Comenzó retratando el ambiente de las Ramblas de Barcelona en 1953.  Perfeccionó la técnica en un grupo que había en el casino de Terrassa y más tarde se unió a la Agrupación Fotográfica de Cataluña, donde estaban Oriol Maspons, Ricard Terré y Xavier Miserachs. Su familia hubiera preferido que su futuro estuviese ligado a aquella tienda de venta de bacalao, que habían trasladado al mercado del Born en Barcelona, pero él decidió dedicar su vida a la fotografía e instalarse en Madrid (“Ya volverás”, dice que le dijo su padre). Pero no volvió. Llevaba un reportaje sobre los Sanfermines que enseñó a la redacción de Gaceta Ilustrada, una de las grandes revistas españolas de la época, que no lo hizo fijo pero le dio trabajo, que simultaneó con reportajes para el diario Ya y la revista Mundo Hispánico. Con aquellas fotos y otras que hizo durante varios años publicó su libro “Los Sanfermines”. Con Gabriel Cualladó, Francisco Ontañón, Leonardo Cantero y Francisco Gómez formó el colectivo La Palangana, que incluía también al pintor Joaquín Rubio. Todos ellos documentaron gráficamente la historia de una buena parte de la España del siglo XX.

         Muchas de las fotografías que hizo en los años sesenta nunca habían visto la luz y estaban guardadas en varias cajas que abrió muchos años después. Con aquellos descartes se organizó en la galería Tabacalera de Madrid la exposición “Visit Spain”, lema franquista en los años sesenta para atraer el turismo a nuestro país.  

         Masats fue un renovador y modernizador del reportaje fotográfico en la España de la posguerra, de la que captó sus tópicos, miserias y opulencias. Sin adscribirse a ninguna corriente recorrió todo el país haciendo fotos de aquella España. Parados, limpiabotas, mujeres trabajadoras, vendimiadores, pastores embozados para combatir el frío… Y retratos: Azorín, Juan García Hortelano, el general Franco en El Pardo, Yves Saint-Laurent, Buñuel y Berlanga, los pintores del grupo El Paso (en su casa colgaban varios cuadros de este colectivo). Ignacio Aldecoa escribió los textos de  Neutral Corner (1962), sobre el mundo del boxeo, y con Delibes hizo las fotografías de Viejas historias de Castilla la Vieja (1964). Cuenta que Delibes conducía su coche mientras le iba enseñando Castilla y que a veces se paraban para que el escritor utilizara la escopeta que llevaba para cazar. Primero en moto y después en un  600 recorrió toda España para hacer fotografías (por cierto, el  coche se lo proporcionó el fotógrafo pictorialista Ortiz Echagüe, que era director de la Seat). Con textos del crítico taurino Joaquín Vidal publicó Toro en 1998.

         En 2003 su exposición retrospectiva La memoria reconstruida recogía más de un centenar de fotografías tomadas desde 1950. Y en 2006 se exponía Contactos en la Real Fábrica de Tapices, una recopilación que conmemoraba el Premio Nacional de Fotografía que le fue concedido en 2004.    

Gracias a su amistad con los hermanos Saura, Carlos y Antonio, pudo hacer fotografías durante el rodaje en 1961 de “Viridiana”, de Luis Buñuel. Estas fotografías procedentes de cuatro rollos casi olvidados por Masats, todas inéditas, se expusieron en 2017 en el Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporánea Pablo Serrano de Zaragoza en la muestra “Masats/Buñuel en Viridiana”. En 1965 abandonó la fotografía para dedicarse al cine, la publicidad y la televisión de los años 70 (Los ríos, Raíces, Conozca usted España, Vísperas de nuestro tiempo). Cuenta que, después de hacer “Insular” para TVE, sobre Lanzarote, con música de Luis de Pablo, el director general de la cadena, entonces Adolfo Suárez, les dijo: “Como hagáis otra mariconada como ésta, no volváis por aquí”. En 1970 dirigió la película “Topical spanish” con guión de Chumy Chúmez, sobre un seminarista que forma un conjunto de rock. En 1981 volvió a la fotografía con nuevos proyectos en los que ya incluía el color, que utilizó en un encargo de veinte libros para las publicaciones sobre España de la editorial Lunwerg.

A finales de los noventa decidió abandonar la fotografía. Su último libro fue sobre Cuenca y su última foto la hizo en la comunión del hijo de uno de sus familiares.

TAPIES EN LA GALERÍA

Francisco R. Pastoriza

         El pasado 13 de diciembre se cumplía el primer centenario del nacimiento de Antoni Tàpies en Barcelona en 1923. A la espera de la gran exposición antológica conmemorativa que el Reina Sofía de Madrid, algunos museos y galerías ya están celebrando la efeméride con actividades culturales y exposiciones como la que la Galería Leandro Navarro acaba de inaugurar en su sede de Madrid. Se trata de 17 obras creadas por el artista catalán entre 1955 y el 2000, entre las que hay pinturas, esculturas y un tapiz de grandes dimensiones. El director de la galería, Iñigo Navarro, resalta la oportunidad de esta exposición en las fechas de celebración del centenario: “Su obra es emocionante, es un artista que nos enseña una mirada distinta de la realidad, se fija en cosas que a veces nos resultan invisibles y frágiles. Tàpies las posiciona, les dota de importancia y nos lleva a reflexionar con profundidad sobre el ser humano y su lugar en el mundo. Además su obra contiene una carga espiritual con una gran influencia de las religiones orientales… El contenido de la obra de Tàpies es tan profundo y reivindicativo que indudablemente consigue  un acercamiento al ser humano”. Para Toni, el hijo del pintor, esta exposición resume una visión global de la obra del artista porque incluye muchos de sus registros y su doble vertiente: la actitud de rebeldía al valorar las cosas más simples (la paja, una caja de madera, el polvo) y su actitud espiritual que invita a la reflexión

         La exposición se inicia con una escultura, “Tamboret”, y algunos cartones en los que aún se aprecian formas surrealistas, el movimiento en el que Tàpies estuvo antes de su pase al informalismo (“Pintura negra i ocre”, “Materia azul y transparente”), y termina con el tapiz “Color arpillera y filferros”. En el recorrido nos encontramos con “Blau i ulleres” (la pieza más valorada de la exposición, 1.100.000 euros), su “Homenaje a la pintura”, “Oval i objectes”, las cuasi realistas “El cazo” y “Jo parlo amb la ma” o la fascinante escultura “Caixa amb cistella”.

UN CENTENARIO CONTEMPORÁNEO

         Uno de los artistas contemporáneos españoles más internacionalmente reconocidos se llama Antoni Tapies. Nació en Barcelona y murió en esta misma ciudad en febrero de 2012. La situación política, en contraposición a sus posiciones ideológicas antifranquistas, retrasó su reconocimiento oficial en España hasta la llegada de la democracia, pero en ambientes intelectuales y artísticos su obra era conocida y apreciada. La primera gran exposición retrospectiva de Tapies en Madrid no se celebró hasta junio de 1980 en el Museo Español de Arte Contemporáneo de la Ciudad Universitaria, si bien, como para compensar esta ausencia, fue una gran exposición: se reunieron 250 obras representativas de todas sus épocas y técnicas, desde un dibujo de 1944 hasta pinturas fechadas el mismo año de la exposición. No se repetiría nada igual hasta el año 2000 cuando el museo Reina Sofía organizó una gran antológica para celebrar el 75 aniversario del pintor.

LA VIDA EN UN LIBRO

         Hace muchos años di por casualidad en una librería del barrio lisboeta del Chiado con una primera edición de Memoria personal, una autobiografía hoy difícil de encontrar del pintor Antoni Tàpies que guardo como una reliquia, sobre todo después de que escribiera una dedicatoria con su firma durante una entrevista que le hice años después. Memoria personal se editó primero en catalán en 1977 (Ed. Crítica) y luego en castellano (Seix Barral, 1983). Tapies escribió estas memorias en 1966 (con algunas notas y breves comentarios añadidos posteriormente) empujado, dice, por la rabia que le provocó la experiencia de haber sido detenido por la policía franquista junto a otros 30 artistas e intelectuales reunidos en el convento de los capuchinos de Sarrià, cuando daba su apoyo al sindicato democrático de estudiantes, acontecimiento con el que termina el último capítulo de estas memorias. Me sorprendió entonces (y ahora que he vuelto a leerlo) la prosa tan clara y la emotiva expresividad con la que narra sus recuerdos. Sus descripciones de paisajes y de personas son como las de un pintor en ocasiones expresionista y a veces fauve, volcadas en letra impresa. En otras, con un solo trazo (una sola pincelada, como en las pinturas enso que tanto apreciaba) consigue transmitir una idea precisa. Las evocaciones de ambientes, situaciones y sentimientos sitúan estas páginas de sus memorias a la altura de su personalidad creadora. Es admirable la capacidad de retentiva de nombres, lugares y escenarios que rescata desde su infancia. A lo largo de sus más de 400 páginas Tapies narra su proceso de formación cultural (destaca la gran cantidad de sus lecturas de literatura, filosofía, arte, ciencia…), su interés temprano por las culturas de India y China y su evolución como pintor, al tiempo que examina con magistral lucidez el arte, la cultura y la sociedad de su tiempo. Su adolescencia de enfermo tísico, las relaciones familiares y su amor por Teresa, los avatares con sus compañeros de Dau al set, su fuerte amistad con Joan Brossa… lo personal y lo profesional se alternan y se entrelazan a lo largo de estas páginas, de lectura recomendable para los jóvenes artistas que se enfrentan con las dificultades de todo creador original.   

         Desde entonces, simultáneamente a su pintura, Tàpies ha venido escribiendo y publicando constantemente, sobre todo textos relacionados con reflexiones sobre su obra y el arte contemporáneo. Uno de sus textos de obligada lectura debiera ser “El juego de saber mirar”, de 1967, una excelente proclama estética de su obra. En En blanco y negro. Ensayos (Galaxia-Gutenberg), recoge artículos publicados en diversos medios (Destino, La Vanguardia, El País, Avui, Serra d’Or…), desde los años cincuenta hasta el 2000, junto a prólogos, manifiestos, ensayos, discursos… en los que junto a sus preferencias pictóricas y a sus críticas, se pueden rastrear sus gustos y entender y valorar mejor la evolución de su pintura.

En sus memorias Tapies cita un número extraordinario de la revista D’aci i d’allá (el de Navidad de 1934) como uno de los documentos que contribuyeron a fijar su vocación por la pintura y a enseñarle las características y los valores de los diferentes movimientos artísticos del siglo XX (Tengo el convencimiento de que la posesión y disfrute de aquel número me despertó extraordinariamente la sensibilidad, me dio una perspectiva muy exacta sobre todo lo que es fundamental en la historia del arte moderno. P.99). Tal vez sea por esta razón por lo que en En blanco y negro está presente una cierta vocación pedagógica, tanto sobre su propia obra como sobre algunos de los artistas y movimientos de vanguardia que más le conmueven. En este libro Tapies hace un completo repaso a su obra y subraya la importancia y la trascendencia de las influencias que tuvieron en ella el arte y la filosofía orientales.

Su libro El arte y sus lugares, publicado en 1999, es un manifiesto visual sobre lo que es el arte para Tapies, un canon ilustrado con 328 fotografías, ninguna de sus obras y muchas de su colección particular.

EL ARTISTA Y SU OBRA

         Tapies se inició en la pintura en los años cuarenta, al principio como artista figurativo influido por Van Gogh y otros y más tarde fascinado por el surrealismo y la obra de Miró, Ernst y Paul Klee, que conoció mientras asimilaba el existencialismo de Sartre. En esta época se unió al grupo Dau al Set, para pasar en los cincuenta al informalismo, al que dio más profundidad y complejidad. A lo largo de su vida utilizó en su pintura un universo de signos y símbolos en inscripciones rudimentarias como roces, raspaduras e incisiones, que caracterizan su obra. También arquetipos como el laberinto y la cruz, la puerta, la ventana o el espejo, y los colores blanco, negro, rojo, pardo y siena sobre todo. También se aprecian elementos de la accesis mística oriental del Zen y de la tradición del románico catalán.

TÍTULO. Tàpies centenario

LUGAR. Galería Leandro Navarro. Madrid

FECHAS. Hasta el 24 de marzo

Antoni Tàpies, Caixa amb cistella (Caja con cesta), 1999

AL RESCATE DE SOMERSET MAUGHAM

Eufemérides.

EL BEST SELLER OLVIDADO

Francisco R. Pastoriza

         A los intelectuales que criticaban con dureza la comercialidad de las obra de Somerset Maugham, éste les decía que una novela siempre sería un best seller si cumplía tres reglas, pero nadie sabía cuáles eran. Sin embargo parece que el escritor sí las  conocía, pues cada novela que publicaba se convertía automáticamente en best seller. Lo que es ciertamente inexplicable es cómo un escritor como él, autor de más de veinte novelas, cien relatos, treinta obras de teatro, ensayos y libros de viajes, todos de gran éxito, muchos de ellos adaptados al cine por grandes directores (Henry Hathaway, William Wyler, Raoul Walsh, Edmund Goulding) y protagonizados por estrellas como Bette Davis, Leslie Howard, Gloria Swanson, Eleanor Parker, Rita Hayworth, Greta Garbo, Tyrone Power o Kim Novak, considerado en su día como el novelista mejor pagado del mundo y asiduo en las páginas de todos los periódicos y revistas de la época, esté hoy prácticamente olvidado y casi nadie lea sus obras.

         William Somerset Maugham nació en París el 25 de enero de 1874, hace 150 años, porque su padre era funcionario de la embajada británica en esta ciudad. Su madre murió de tuberculosis cuando William tenía seis años, un acontecimiento que lo traumatizó seriamente y al que se atribuye la severa tartamudez de la que nunca consiguió curarse. La foto de su madre presidió toda la vida la cabecera de su cama. Su padre murió dos años después, así que, al quedarse huérfano, fue enviado a Inglaterra al cuidado de su tío, el vicario Henry MacDonald Maugham, que lo sometió a una férrea disciplina en una asfixiante atmósfera  de represión. Desarrolló una personalidad acomplejada, vulnerable y tímida, que le dificultó relacionarse en sociedad.

Se educó en universidades inglesas y alemanas, donde estudió la carrera de Medicina, que nunca ejerció, sin atreverse a confesar a su tío que su verdadera vocación era la de escritor. Disimulaba su homosexualidad llevando una vida pública respetuosa con las costumbres victorianas de la época y llegó a casarse con la diseñadora Syrie Wellcome, con la que tuvo una hija, sin abandonar nunca a su amante, el norteamericano Gerald Haxton, al que conoció durante la Primera Guerra Mundial y con quien pasaba largas temporadas en su residencia de Villa Mauresque en la Riviera francesa, decorada con cuadros de Picasso, Matisse y Gauguin, artista del que escribió una biografía novelada. Se le atribuyen también relaciones con H.G. Wells, W.H. Auden y Lytton Strachey. A la muerte de Haxton, su lugar lo ocupó Alan Searle, que hacía también de secretario.

Durante la Primera Guerra Mundial Somerset Maugham trabajó como conductor de ambulancias de la Cruz Roja, desempeño en el que conoció a Ernest Hemingway y John Dos Passos, y luego se hizo espía del MI6 y como tal desempeñó actividades en Rusia.

Sus primeros éxitos fueron en el teatro (llegó a tener en cartel hasta cuatro obras al mismo tiempo en Londres, algo que no ocurría desde los tiempos de Shakespeare), pero su dedicación preferida fue la novela. Publicó la primera en 1897, “Liza de Lambeth”, antecedente del realismo social. Trata de la vida en los suburbios de una gran ciudad, en donde sitúa el drama de las relaciones de una pareja de adúlteros. Con este libro ya cosechó el éxito que le decidió a dedicarse a la literatura, que aumentó con títulos como “El velo pintado” y “El filo de la navaja”. En “Servidumbre humana”, considerada como una obra maestra, vertió parte de sus experiencias biográficas («Realidad y ficción están tan mezcladas en mi obra que ahora, echando una ojeada en ella, difícilmente puedo distinguir la una de la otra», escribió en 1938). Como cronista de los últimos estertores del colonialismo viajó al Pacífico, la India y el sureste asiático. Pasó la Segunda Guerra Mundial en Hollywood escribiendo guiones y controlando las adaptaciones de sus novelas al cine. Después dejó de escribir. En un libro de memorias publicado en 1962 incluyó duros ataques contra su exesposa Wellcome Syrie, que le costaron perder algunas amistades. Murió en 1965 en Niza cuando tenía 91 años, afectado de alzheimer.

ALBERTO CORAZÓN, ARTE Y DISEÑO

Una exposición reúne cuadros y esculturas del artista fallecido en 2021

Francisco R. Pastoriza

         Mi primer contacto con la obra de Alberto Corazón fue a través de un libro que leí en 1976 y que conservo como uno de los más apreciados de mi biblioteca. Firmado con Pedro Sempere se titulaba “La década prodigiosa. 60s y 70s” (Ediciones Felmar) y he vuelto a leerlo con motivo de esta exposición con el mismo interés y fascinación que hace casi cincuenta años. El diseño, desde la portada con fotos icónicas de los sesenta, y la contraportada (una foto de John Lennon) hasta fotografías, dibujos, textos y collages que ocupan todas sus casi 300 páginas, hacen de este libro una obra de arte en sí mismo.

      La muestra que estos días se expone en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid se titula “Alberto Corazón. Regresar no es volver” y reúne junto a algunos de sus cuadros una selección de pequeñas esculturas muy poco conocidas del artista fallecido en 2021 a los 79 años. Se trata de una mirada transversal de Alberto Corazón en la que sus lienzos y esculturas dialogan e interpretan grandes obras clásicas de la pintura de diferentes épocas y estilos. Bodegones, paisajes, jardines de arena…. En total son cuarenta y cinco obras realizadas a partir de 1990, que establecen un vínculo entre el presente y el pasado del autor y proponen también algunas interrogantes. Estas obras, confrontadas a los óleos y aguatintas de los grandes maestros a los que se refieren, adquieren una gran riqueza expresiva a través del papel, el lienzo, el grafito y el color. Como ejemplo, su propio autorretrato colocado al lado de un aguafuerte del autorretrato de Goya.

EL DISEÑO COMO ARTE      

En aquellos años sesenta a los que se refería en aquel libro, Alberto Corazón iniciaba su actividad como artista conceptual simultáneamente a su labor de diseñador gráfico y gestor de la Editorial Ciencia Nueva, que publicaba textos de las vanguardias artísticas y del pensamiento crítico en el mundo del arte, de corrientes como el estructuralismo. La editorial fue clausurada en 1969 por el Ministerio de Información y Turismo. Además ya en aquellos años Alberto Corazón ejercía también una actividad versátil como agitador cultural, escultor, pintor, dibujante y escritor (véanse sus “Cuadernos del nómada” de 1993 y 2000 y sobre todo “Se está haciendo tarde”).

         En 1976 Alberto Corazón fue seleccionado para la Bienal de Venecia (la primera tras el franquismo) junto a Tàpies, Valeriano Bozal y el Equipo Crónica, y dos años más tarde participó en la Bienal de París con Antonio Saura. Sus primeros trabajos se enmarcaban dentro del arte conceptual de la época hasta que dio por terminado este periodo después de una de sus exposiciones en la Galería Alexander Iolas de Nueva York. Durante algunos años sufrió una crisis de creatividad y se apartó del mundo del arte para dedicarse exclusivamente al diseño como elemento de creación social y cultural (lo llamaba “arte útil”). Fue Premio Nacional de esta categoría en 1989. Fuera de España, fue galardonado con las medallas de oro de la Designers Association de Londres y del American Institute of Graphic  Art. En estos años de alejamiento de las artes plásticas realizó cubiertas de libros, logotipos, carteles, siempre con un sentido de la originalidad que le granjeó un destacado lugar en el mundo del diseño nacional e internacional. En aquellos años sus obras se identificaban con la nueva España de la democracia a la que dotaba de un sentido estético de modernidad. Ahí están los logotipos de la ONCE,  la Biblioteca Nacional, la Casa de América, el Círculo de Bellas Artes, la Casa del Libro o la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

 El título de esta muestra está sacado de una frase del propio Alberto Corazón con la que anunciaba aquel regreso a la creación artística: “Regresar no es volver. Es hacer un nuevo camino” y está comisariada por su viuda Ana Arambarri. Y es significativo que la sala de exposiciones sea la de la Real Academia de San Fernando, una institución que acogió el diseño como una nueva expresión artística y nombró en 2006 a Alberto Corazón académico en su sección Nuevas Artes de la Imagen. Su discurso de entrada se tituló “Palabra e icono: signos”.

TÍTULO. Alberto Corazón. Regresar no es volver

LUGA. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid

FECHAS. Hasta el 14 de enero de 2024

EL TORMENTO Y EL ÉXITO. EL DÍA QUE MATARON A CARRERO BLANCO

EUFEMÉRIDES

El día que murió Bobby Darin asesinaron a Carrero Blanco

Francisco R. Pastoriza

         En los años sesenta muchos adolescentes se enamoraron en los guateques bailando las melodías de un cantante llamado Bobby Darin. Entre los mejores títulos lentos destacaban “The Good Life” y “Beyond the Sea” (versión de “La mer” del francés Charles Trenet, una canción de 1946) pero sobre todo a los jóvenes les gustaban sus temas para bailar suelto, como “Mack the Knife”, “Things”, “Dream Lover”, “On the Street Where You Live”. Y sobre todo “Splish Splash”, el rock and roll con el que vendió más de un millón de copias. El tema más conocido en la voz de Bobby Darin fue una versión de “More”, el tema de la película “Mondo Cane” (en España “Perro mundo”) que había sido un éxito en las voces de crooners como Sinatra y Johnny Mathis y en la versión orquestal de Ray Conniff. Gracias a estos éxitos Bobby Darin vendió millones de discos y fue uno de los asiduos en los espectáculos de los casinos de Las Vegas muchos años antes que Elvis Presley. Hizo incursiones en el cine, y fue nominado a un Oscar en 1964 por “Capitán Newman M.D.”, protagonizada por Gregory Peck. En el rodaje de una de sus películas, “Cuando llegue septiembre”, con Rock Hudson y Gina Lollobrigida, conoció a la actriz Sandra Dee (muy elogiada por su papel en “Imitación a la vida”), con la que se casó. El matrimonio de Bobby Darin, enfermo del corazón, que usaba un peluquín para ocultar su calvicie, y Sandra Dee, anoréxica, alcohólica y depresiva, abusada sexualmente de niña por su padrastro, duró siete años y tuvieron un hijo.  Darin se volvió a casar con Andrea Joy Yeager cinco meses antes de morir.

Bobby Darin era amigo de  Robert Kennedy y estaba colaborando con él en la campaña electoral cuando asesinaron al candidato en 1968. La muerte de Kennedy le afectó profundamente, hasta el punto de retirarse varios años en un escondite de las montañas de California, donde llevó una vida de ermitaño. A su regreso a las tablas se dedicó a interpretar canciones con letras de contenido social. Kevin Spacey dirigió y protagonizó en 2004 una película sobre la vida de Bobby Darin en la que el actor cantaba todos los temas. Fue un rotundo fracaso.

De origen italiano (se llamaba Walden Roberto Casotto) Bobby Darin había sido un niño inteligente, con un coeficiente mental muy por encima de la media, pero le aburrían los estudios y quería triunfar como cantante. Tenía un talento especial para la música. A los pocos años ya tocaba varios instrumentos y cantaba sin desafinar. Así que abandonó las aulas para formar parte de un grupo de jazz que actuaba en night clubs y en un centro turístico de las montañas de Catskill.

Tuvo una infancia triste y enfermiza en una familia pobre del Bronx de Nueva York. Cuando Nina, su madre, se quedó embarazada, su padre la abandonó y nunca más supieron de él. Según dicen era ‘Big Sam Curly’ Cassotto, uno de los lugartenientes del capo de la mafia Frank Costelo, y murió en la prisión de Sing Sing pocos meses antes de que Darin naciera. Como su madre era muy joven, se hizo pasar por su hermana mayor, y Bobby siempre creyó  que su abuela, Polly Walden, era su madre. De Polly heredó el sentido musical, pues había sido cantante de vaudeville. No supo la verdad hasta que cumplió 35 años, dos años antes de morir en Hollywood el 20 de diciembre de 1973, hoy hace cincuenta años, a causa de los problemas cardíacos que arrastraba desde niño. En España casi nadie se enteró de que había muerto Bobby Darin porque ese mismo día mataron a Carrero Blanco. 

EL DÍA QUE MATARON A CARRERO BLANCO

Se cumplen 50 años del atentado que cambió la Historia de la España contemporánea

         El 20 de diciembre de 1973, hoy hace cincuenta años, en las calles de las ciudades españolas bullía el ambiente navideño y la gente se ocupaba en las compras de la cena de Nochebuena, preocupada por el alza de los precios a causa de la primera gran crisis del petróleo. Los meteorólogos anunciaban nevadas para toda la semana en el centro de España y aquel día Madrid amaneció nublado. Las noticias de actualidad recogían las sesiones del proceso 1001, donde el Tribunal de Orden Público juzgaba a varios sindicalistas de las clandestinas Comisiones Obreras, entre ellos Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius, y de la situación en Oriente Medio después de que un comando palestino atentara con granadas en el aeropuerto romano de Fiumicino contra un avión de la Pan Am que se dirigía a Beirut, causando 30 muertos. Tenían secuestrado otro avión de Lufthansa que ese día iba a trasladarlos a Kuwait. El Secretario de Estado norteamericano Henry  Kissinger acababa de abandonar Madrid después de entrevistarse con Franco y Carrero Blanco. Después del atentado que terminó con la vida de Carrero se especuló con la colaboración de Estados Unidos con ETA para llevar a cabo el magnicidio. Santiago Carrillo afirmaba que la CIA había apoyado a la organización terrorista porque Carrero era contrario a la entrada de España en la OTAN y Nixon partidario de una monarquía parlamentaria encabezada por la figura del entonces príncipe Juan Carlos a quien, por cierto, tardaron horas en informarle del atentado (después se supo que en aquel momento todos los teléfonos de Zarzuela estaban intervenidos). Charles Powell y otros historiadores niegan que haya indicios de la supuesta intervención de los Estados Unidos en el atentado. Lo cierto es que posiblemente con Carrero Blanco al frente del Gobierno la transición política hubiera sido más conflictiva y seguramente se tendrían que superar más dificultades de las que ya hubo tras la muerte de Franco.

La presencia del secretario de estado de Nixon en Madrid retrasó 48 horas los planes de ETA para atentar contra Carrero Blanco a causa de las medidas de seguridad desplegadas en la ciudad. En todo caso, el de Kissinger fue el último encuentro de Carrero Blanco con un alto dirigente de la política internacional.

EL ATENTADO

         Carrero Blanco era muy rutinario en sus costumbres y se resistía a cambiar de planes. Todos los días salía de su casa a las 8.30 para asistir a misa y comulgar en la cercana iglesia de San Francisco de Borja. Después regresaba a su domicilio para desayunar, en el mismo coche, un Dodge Dart negro modelo 3700 sin blindaje, seguido de otro con escoltas. Terminado el desayuno se trasladaba a su despacho. Un comando de ETA estuvo observando estos pasos durante 14 meses.

         Aquel día, durante los oficios, el etarra José Miguel Beñarán, Argala, subido a una escalera vestido con un mono de electricista y llevando una caja de herramientas, había empalmado los últimos cables de la fachada del edificio número 104 de la calle Claudio Coello con el detonador situado en el semisótano en el que los integrantes de un comando de ETA habían excavado un túnel de siete metros en el que depositaron los explosivos: tres cargas antitanque, equivalentes a cincuenta kilos de dinamita. Estaban colocadas  a la altura exacta del lugar por donde pasaría el coche de Carrero Blanco de vuelta a su domicilio desde la iglesia. Otro miembro del comando, Iñaki Pérez Beotegui, Wilson, se encargó de hacer la señal a Argala para que activase el detonante. Un tercer etarra, Jesús Zugarramurdi, Kiskur, había aparcado en doble fila un Austin Morris a la altura de la fachada de la calle de Claudio Coello frente a la que iba a pasar el coche. A la salida de la iglesia, Carrero Blanco y sus escoltas se pusieron en marcha de vuelta a su casa. El conductor del coche presidencial tuvo que desviarse por culpa del Austin aparcado en doble fila y pasar por el centro de la calzada, el lugar exacto bajo el que se habían colocado los explosivos. Fue una explosión terrible. La detonación provocó un socavón de ocho metros de ancho y tres de profundidad y cogió por sorpresa a los miembros de la comitiva. Los guardaespaldas del coche que seguía al  de Carrero, al no verlo cuando se despejó la humareda, pensaron que había conseguido pasar y superar los efectos de lo que creían que había sido una explosión de gas. Pero no veían el coche del presidente porque la onda expansiva lo había levantado 35 metros por encima del convento de los jesuitas, chocando contra la cornisa del edificio donde está situada la iglesia y cayendo en una terraza del patio interior. El Dodge Dart quedó empotrado entre la barandilla y una pared del patio. Fue un sacerdote que vio la caída del coche desde el interior del edificio quien advirtió a los policías del lugar en donde estaba. Otro sacerdote se acercó a los restos humeantes del automóvil  y administró la extremaunción a dos de las víctimas. Cuando fue advertido de que había tres personas en el interior del vehículo, volvió al lugar y, al no estar seguro de a cuáles les había administrado el sacramento, decidió aplicárselo a las tres víctimas del atentado: Carrero Blanco, el conductor del coche y un escolta. A Carrero Blanco aún lo rescataron con vida pero murió mientras lo trasladaban al hospital. El conductor falleció mientras era intervenido y el escolta murió en el acto.

         Pudo haber sido peor porque en el Austin que los etarras colocaron para desviar la trayectoria del coche de Carrero Blanco se había colocado una carga explosiva que tendría que haber estallado por simpatía pero que milagrosamente no llegó a hacerlo. Y la terraza interior del segundo piso en la que fue a caer el coche de Carrero Blanco solía estar ocupada diariamente a esa hora por unos 250 niños que estudiaban en las aulas del colegio que albergaba el edificio. Todas las mañanas esperaban a que dieran las 9.30 para entrar en las clases. Las vacaciones de Navidad  iban a comenzar el día siguiente, el 21 de diciembre, pero los jesuitas las adelantaron dos días para que pudiese ensayar el coro de  la escolanía, formado por ochenta de aquellos niños, que tenía que cantar los días de Nochebuena y Navidad. Además, aunque Ángeles, la hija de Carrero Blanco, acompañaba siempre a su padre a la iglesia, ese día no lo hizo.

         Después del atentado, otro miembro de ETA, Javier Larreategi, Atxulo, recogió a Argala, Wilson y Kiskur en otro coche para trasladarlos al refugio del madrileño pueblo de Alcorcón.

         En 1978, cinco años y un día después del atentado, Argala subía a su coche en la localidad de Anglet, en el sur de Francia, donde residía. Al activar la llave de contacto estalló una bomba situada en los bajos del vehículo. La explosión lo mató en el acto.

KEITH RICHARDS ENTRA EN LOS 80

EUFEMÉRIDES

La generación de músicos de los años sesenta se resiste a la jubilación

Francisco R.Pastoriza

         A sus 82 años Bob Dylan continúa actuando en una gira interminable que él mismo bautizó como “The Never Ending Tour”. Con 78, Rod Stewart sigue sobre los escenarios manteniendo su voz casi tan rasgada como en los sesenta. También Eric Clapton toca cada vez mejor su guitarra después de cumplir 78. Patti Smith e Iggy Pop están también ahí, ambos con 76. Los exBeatles McCartney y Ringo ya superan los ochenta sin bajar de los escenarios. Ninguno hace caso de la letra de aquella canción de sus coetáneos The Who (“My generation”) que animaba a morir antes que a envejecer. A sus años, todos consiguen mantener una sorprendente vitalidad, pero Mick Jagger y Keith Richards, de los Rolling Stones, se comportan sobre los escenarios casi como adolescentes. Hoy Keith Richards se une al club de los octogenarios.

JAGGER & RICHARDS, VIDAS PARALELAS

         Hace cinco años, en 2017, un editor británico llamado John Blair decía tener  en su poder el original de las memorias que Mick Jagger, el cantante de los Rolling Stones, habría escrito a principios de los años ochenta. Afirmaba también que Jagger había cobrado un millón de libras que luego devolvió porque las memorias no se llegaron a publicar. Cuando se puso en contacto, el líder de los Stones dijo que no podía dar el permiso para publicarlas porque no recordaba haberlas escrito nunca ni tenía intención de hacerlo. Y es una pena porque seguro que a sus ochenta años, que cumplió el pasado 26 de julio, guarda vivencias y secretos que sorprenderían a muchos, como los que se pueden encontrar en las páginas de “Vida”, las memorias de su compañero Keith Richards, que el día 18  alcanza la edad de Jagger.

Keith Richards nació en Dartfort, condado de Kent, de un matrimonio de clase obrera. Se aficionó a la música gracias a su madre, que tenía una colección de discos de blues, y a su abuelo materno, instrumentista de una banda de jazz, que le enseñó a tocar la guitarra. Recuerda que la primera canción que aprendió fue “Malagueña”. La historia del rock lo recordará como uno de los fundadores de The Rolling Stones. Él y Jagger  son los únicos supervivientes de la formación original de 1962, que fue perdiendo a Brian Jones, que murió en 1969, a Chalie Watts, en 2021, y a Bill Wyman, que se apartó voluntariamente del grupo en 1993. Cuenta Keith Richards que el germen de los Rolling Stones estuvo en un encuentro casual con Mick Jagger, siendo ambos adolescentes, en la estación de tren de Dartford, cuando éste le contó que recibía discos de Estados Unidos y tenía toda la colección de Chuck Berry, que era el cantante que Keith Richards más admiraba. Jagger le dijo además que le gustaba el rhythm and blues, que era también la música favorita de Richards. Como les gustaba cantar y Keith Richards tocaba la guitarra, consiguieron entrar en Blues Incorporated, la banda de Alexis Korner, donde ya estaba Brian Jones como primer guitarrista. Cuando Korner renovó su grupo los tres se fueron a vivir a Londres, donde conocieron al bajista Bill Wyman y al batería Charlie Watts, con los que formaron The Rolling Stones, nombre que sacaron del título de una canción de Muddy Waters. En 1965 el éxito de “Satisfaction”  convirtió a los Stones en el grupo más popular del rock británico junto con The Beatles.

Mick Jagger y Keith Richards han firmado la mayoría de las composiciones de los Rolling Stones a pesar de que sus relaciones no fueron siempre cordiales. Junto a la de Lennon & McCartney, la firma Jagger & Richards es la que más canciones de éxito ha dado a la música pop británica. La adicción a las drogas y las diferentes visiones que con los años ambos iban teniendo de la música los fueron distanciando hasta amenazar con la práctica ruptura del grupo, que no se produjo gracias a los buenos oficios de Jagger, empeñado en que Keith Richards no lo abandonase a pesar de las reiteradas ausencias en grabaciones y conciertos. Su reconciliación fue en parte por el interés de mantener vivos a los Rolling Stones, pero con el tiempo incluso llegaron a retomar su antigua camaradería. Mick Jagger fue el padrino de boda cuando Keith Richards se casó en 1983 con la modelo Patti Hansen, su actual esposa. En sus memorias, Keith Richards muestra a Jagger su gratitud por la ayuda que le prestó para salir de aquel laberinto.

         En 1971, agobiado por los impuestos, Keith Richards se trasladó a vivir a la Costa Azul francesa con su pareja de entonces, Anita Pallenberg, que había sido novia de Brian Jones. A su hija está dedicada la canción “Angie” del disco “It’s Only Rock and Roll”, y no a la esposa de David Bowie, como se especuló. Con Anita tuvo otros dos hijos. Atrapado por la heroína desde hacía algunos años, su situación se agravó durante la época en que estuvo en Francia. No acudía a las sesiones de grabación del grupo y mostraba poco interés por todo. Anita y Keith fueron arrestados en 1972 por posesión de drogas. Richard sería juzgado hasta en seis ocasiones más por este delito. En sus memorias cuenta sin rodeos estos problemas y confiesa que estuvieron a punto de hacerle abandonar el grupo. Recuerda también el grave accidente que casi le cuesta la vida en las islas Fiyi, en 2006, cuando se cayó de un árbol y el grupo tuvo que cancelar la gira que estaba programada para ese año. Algo que se conoce muy poco es la afición de Richards a la lectura. Tiene una amplia biblioteca y en alguna ocasión ha dicho que de no ser músico le hubiera gustado ser bibliotecario. La redacción de sus memorias avala esta vocación lectora.

         Como Jagger, que grabó álbumes al margen de los Rolling Stones (“She’s the Boss”, “Primitive Cool”, “Wandering Spirit”, “Goddess in theDoorway) también Keith Richards intentó una carrera en solitario al margen del grupo. Con su amigo Ron Wood, que gracias a sus recomendaciones sustituyó a Mick Taylor en los Stones, grabó la música de “Hail, Hail, Rock and Roll”, un documental en homenaje a los 60 años que cumplía Chuck Berry. En 1988 sacó Talk is Cheap”, su primer disco en solitario, y en 1992 “Main Offender”. Volvió a publicar un tercero en 2015 (“Crosseyed Heart”).

         Tal como hiciera Jagger, que participó en más de diez películas, Keith Richards también tiene pequeños papeles en films como “Piratas del Caribe: en el fin del mundo” y “Navegando en aguas misteriosas”, de la misma saga, así como en innumerables cameos en muchas otras de directores amigos.

TÀPIES O EL ARTE CONTEMPORÁNEO

EUFEMÉRIDES

Se cumple el primer centenario de un español universal

Francisco R. Pastoriza

         Uno de los artistas contemporáneos españoles más internacionalmente reconocidos se llama Antoni Tapies y hoy cumpliría un siglo de vida. Nació en Barcelona y murió en esta misma ciudad en febrero de 2012. La situación política, en contraposición a sus posiciones ideológicas antifranquistas, retrasó su reconocimiento oficial en España hasta la llegada de la democracia, pero en ambientes intelectuales y artísticos su obra era conocida y apreciada. La primera gran exposición retrospectiva de Tapies en Madrid no se celebró hasta junio de 1980 en el Museo Español de Arte Contemporáneo de la Ciudad Universitaria, si bien, como para compensar esta ausencia, fue una gran exposición: se reunieron 250 obras representativas de todas sus épocas y técnicas, desde un dibujo de 1944 hasta pinturas fechadas el mismo año de la exposición. No se repetiría nada igual hasta el año 2000 cuando el museo Reina Sofía organizó una gran antológica para celebrar el 75 aniversario del pintor.

LA VIDA EN UN LIBRO

         Hace muchos años di por casualidad en una librería del barrio lisboeta del Chiado con una primera edición de Memoria personal, una autobiografía hoy difícil de encontrar del pintor Antoni Tàpies que guardo como una reliquia, sobre todo después de que escribiera una dedicatoria con su firma durante una entrevista que le hice años después. Memoria personal se editó primero en catalán en 1977 (Ed. Crítica) y luego en castellano (Seix Barral, 1983). Tapies escribió estas memorias en 1966 (con algunas notas y breves comentarios añadidos posteriormente) empujado, dice, por la rabia que le provocó la experiencia de haber sido detenido por la policía franquista junto a otros 30 artistas e intelectuales reunidos en el convento de los capuchinos de Sarrià, cuando daba su apoyo al sindicato democrático de estudiantes, acontecimiento con el que termina el último capítulo de estas memorias. Me sorprendió entonces (y ahora que he vuelto a leerlo) la prosa tan clara y la emotiva expresividad con la que narra sus recuerdos. Sus descripciones de paisajes y de personas son como las de un pintor en ocasiones expresionista y a veces fauve, volcadas en letra impresa. En otras, con un solo trazo (una sola pincelada, como en las pinturas enso que tanto apreciaba) consigue transmitir una idea precisa. Las evocaciones de ambientes, situaciones y sentimientos sitúan estas páginas de sus memorias a la altura de su personalidad creadora. Es admirable la capacidad de retentiva de nombres, lugares y escenarios que rescata desde su infancia. A lo largo de sus más de 400 páginas Tapies narra su proceso de formación cultural (destaca la gran cantidad de sus lecturas de literatura, filosofía, arte, ciencia…), su interés temprano por las culturas de India y China y su evolución como pintor, al tiempo que examina con magistral lucidez el arte, la cultura y la sociedad de su tiempo. Su adolescencia de enfermo tísico, las relaciones familiares y su amor por Teresa, los avatares con sus compañeros de Dau al set, su fuerte amistad con Joan Brossa… lo personal y lo profesional se alternan y se entrelazan a lo largo de estas páginas, de lectura recomendable para los jóvenes artistas que se enfrentan con las dificultades de todo creador original.   

         Desde entonces, simultáneamente a su pintura, Tàpies ha venido escribiendo y publicando constantemente, sobre todo textos relacionados con reflexiones sobre su obra y el arte contemporáneo. Uno de sus textos de obligada lectura debiera ser “El juego de saber mirar”, de 1967, una excelente proclama estética de su obra. En En blanco y negro. Ensayos (Galaxia-Gutenberg), recoge artículos publicados en diversos medios (Destino, La Vanguardia, El País, Avui, Serra d’Or…), desde los años cincuenta hasta el 2000, junto a prólogos, manifiestos, ensayos, discursos… en los que junto a sus preferencias pictóricas y a sus críticas, se pueden rastrear sus gustos y entender y valorar mejor la evolución de su pintura.

En sus memorias Tapies cita un número extraordinario de la revista D’aci i d’allá (el de Navidad de 1934) como uno de los documentos que contribuyeron a fijar su vocación por la pintura y a enseñarle las características y los valores de los diferentes movimientos artísticos del siglo XX (Tengo el convencimiento de que la posesión y disfrute de aquel número me despertó extraordinariamente la sensibilidad, me dio una perspectiva muy exacta sobre todo lo que es fundamental en la historia del arte moderno. P.99). Tal vez sea por esta razón por lo que en En blanco y negro está presente una cierta vocación pedagógica, tanto sobre su propia obra como sobre algunos de los artistas y movimientos de vanguardia que más le conmueven. En este libro Tapies hace un completo repaso a su obra y subraya la importancia y la trascendencia de las influencias que tuvieron en ella el arte y la filosofía orientales.

Su libro El arte y sus lugares, publicado en 1999, es un manifiesto visual sobre lo que es el arte para Tapies, un canon ilustrado con 328 fotografías, ninguna de sus obras y muchas de su colección particular.

EL ARTISTA Y SU OBRA

         Tapies se inició en la pintura en los años cuarenta, al principio como artista figurativo influido por Van Gogh y otros y más tarde fascinado por el surrealismo y la obra de Miró, Ernst y Paul Klee, que conoció mientras asimilaba el existencialismo de Sartre. En esta época se unió al grupo Dau al Set, para pasar en los cincuenta al informalismo, al que dio más profundidad y complejidad. A lo largo de su vida utilizó en su pintura un universo de signos y símbolos en inscripciones rudimentarias como roces, raspaduras e incisiones, que caracterizan su obra. También arquetipos como el laberinto y la cruz, la puerta, la ventana o el espejo, y los colores blanco, negro, rojo, pardo y siena sobre todo. También se aprecian elementos de la accesis mística oriental del Zen y de la tradición del románico catalán.

ELPRISIONERO DE BUCHENWALD

EUFEMÉRIDES

Se cumple el primer centenario del nacimiento de Jorge Semprún

Francisco R. Pastoriza

         Cuenta Jorge Semprún en una de sus novelas (Viviré con su nombre, morirá con el mío) que cuando estaba prisionero de los nazis en Buchenwald, todas las mañanas de domingo sonaban por los altavoces del campo de concentración las canciones de Zarah Leander. Les recomiendo que las escuchen para hacerse a la idea de cómo era el ambiente que se pretendía crear entre los presos con esas canciones de la música popular alemana de aquellos años. Para compensar completen el panorama con un disco de Marlene Dietrich.

Hoy, 10 de diciembre, se cumple el primer centenario del nacimiento en Madrid del escritor y político Jorge Semprún. A poco más de doce años de su muerte en 2011, no es fácil aportar aspectos nuevos de su vida y de su obra porque sobre Jorge Semprún está ya casi todo dicho: lo ha dicho él mismo. Semprún fue uno de los mejores memorialistas del siglo XX. La materia de sus libros es su propia vida. Y no sólo por sus memorias (Autobiografía de Federico Sánchez, Adiós luz de veranos, La escritura o la vida, Federico Sánchez se despide de ustedes…) sino porque también en sus novelas y en sus guiones para el cine (La guerra ha terminado, de Alain Resnais), los personajes, las situaciones, los escenarios, los sentimientos… nos remiten a él mismo y a su circunstancia. Incluso cuando ha escrito biografías como la de Yves Montand no ha podido evitar introducir aspectos de la suya propia. Semprún funde en estas obras realidad y ficción y transforma su biografía en una aventura tan fascinante como la de algunos protagonistas de sus novelas.

MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN

La vida de Jorge Semprún quedó marcada por dos acontecimientos que condicionaron toda su trayectoria: su paso por el campo de concentración de Buchenwald y su protagonismo como dirigente del PCE (con su etapa de clandestinidad en España en los años 50) y su posterior expulsión del partido, junto a Fernando Claudín, por su heterodoxia ideológica (hasta ese momento ambos estaban considerados como los cerebros teóricos del PCE). La carrera literaria de Semprún no comenzó hasta que pudo liberarse de las ataduras que suponían por una parte el recuerdo de Buchenwald y por otra la ortodoxia estalinista. Le costó distanciarse de una y otra. Aunque el campo de concentración ya aparece en su primera novela, El largo viaje, publicada en 1963, sus auténticos recuerdos de Buchenwald no pudo ponerlos por escrito hasta 1980, en Aquel domingo.

De familia de la alta burguesía (descendiente de Antonio Maura, ministro de Alfonso XIII y de Miguel Maura, ministro de la República), hijo de un exiliado de la guerra civil, Jorge Semprún cimentó su formación intelectual estudiando Filosofía en París y leyendo a Malraux, Sartre y sobre todo a Michel Leiris, a quien admiraba. En su novela Netchaiev ha vuelto rinde homenaje a Paul Nizan, otro de los escritores que influyeron en su formación. Fue entonces cuando descubrió Historia y conciencia de clase, de George Lukács y se hizo partidario de la revolución como método para aplicar una de las tesis de Marx sobre Feuerbach: Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo. Para conseguirlo se hizo comunista, primero en el PC francés y pronto en el PCE de Santiago Carrillo: A pesar de mi ‘problemático’ origen burgués, que nunca oculté, me aceptaron. Sólo callé que había leído a Trotsky, escribió en uno de sus libros.

Durante la ocupación nazi de París Semprún luchó en la resistencia al lado de los comunistas franceses. Fue detenido en octubre de 1943 e internado en Buchenwald. Liberado el campo por los americanos en 1945, se instaló en Saint Germain-des-Prés, el barrio de París en el que campaban Sartre y los existencialistas. Entró a formar parte de la célula del PCF en la que militaba una buena parte de la intelectualidad de izquierdas: Edgar Morin, Henri Lefevbre, Loleh Bellon (una actriz que se convirtió en su primera esposa), y Marguerite Duras (algunos acusaron a Semprún de la expulsión de Duras del PCF; él lo niega, aunque reconocía que entonces era el más estalinista de todos). Entró en el PCE para dirigir la revista Cultura y Democracia y fue escalando posiciones hasta entrar en los comités Central y Ejecutivo. Carrillo, que buscaba a alguien que agitase la guerra cultural contra el franquismo, vio en Semprún a la persona idónea para dirigir la clandestinidad del PCE en España. Vivió en esta situación con varios nombres falsos, sobre todo el de Federico Sánchez, durante nueve años, sin ser descubierto ni detenido ni una sola vez. Encontró un PCE al borde de la desaparición y consiguió para el partido un protagonismo excepcional durante las huelgas de los años 50 y la revuelta universitaria del 56 (escribiría sobre todo ello en Autobiografía de Federico Sánchez, premio Planeta en 1977). Su solidez estalinista comenzó a resquebrajarse tras el informe de Jruschov en el XX congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, pero su distanciamiento del PCE iba aún a demorarse. Un encuentro en 1960 con Mijaíl Suslov, el ideólogo del PCUS, en el que éste instaba a los comunistas españoles a tomar las armas y a abandonar la doctrina de la reconciliación nacional, le decidió a plantearse el abandono del partido: se terminó, punto final, con esta gente no se puede dar ni un paso más, escribió. Sin embargo seguía considerándose comunista y únicamente fueron sus desavenencias ideológicas con Santiago Carrillo las que propiciaron su expulsión del partido en 1964 (unas “desavenencias” que años más tarde Carrillo utilizó para elaborar el eurocomunismo, según Semprún). Su ideología continuó tan viva como siempre, manifestándose en sus libros y en Cuadernos del Ruedo Ibérico, la revista que fundó con Claudín y José Martínez. Hasta los años 80 estas convicciones no se desmoronaron por completo. En 1988 Felipe González lo nombró ministro de Cultura de su gobierno. En 1994 publicó La escritura o la vida, donde se mostró partidario de la teoría de los totalitarismos según la cual fascismo y estalinismo son lo mismo desde el punto de vista estructural. Ni siquiera considera que si bien el estalinismo representó una perversión criminal de unas ideas originalmente universales y humanitarias, el fascismo, por el contrario, despreció al ser humano y pretendió el exterminio de razas que consideraba inferiores. Esto no mejora las cosas para Semprún ya que, si bien tuvo desde siempre como enemigos a los fascistas, se sintió traicionado por el comunismo.

LA DESPEDIDA DE VARGAS LLOSA

Con una novela y un ensayo sobre Sartre el Nobel anuncia su despedida

ADIÓS CON MÚSICA

         Vargas Llosa nos ha sorprendido con el anuncio de su adiós a la literatura tanto como con el tema de su última (y definitiva) novela, la música popular del Perú. En “Le dedico mi silencio” (Alfaguara) propone, superpuestos en una alternancia que ya practicó en obras anteriores, un ensayo sobre las músicas de América Latina y una historia novelesca.

         La historia, como siempre, es fascinante: un crítico y estudioso de la música peruana descubre a un guitarrista excepcional que extrae de su instrumento sonidos sublimes que nunca antes nadie había conseguido. Ante el desconocimiento general de la existencia de este prodigio, el crítico, Toño Azpilcueta, decide investigar su vida y su obra y escribir un libro para que el mundo tenga conocimiento de la existencia de este fenómeno al que nadie hasta entonces había prestado atención. La labor se complica con la noticia de la muerte del músico, que obliga al escritor a indagar en sus orígenes y en los ambientes en los que aquel guitarrista, de nombre Lalo Molfino, había crecido, así como de las circunstancias que lo llevaron a convertirse en el genio que Toño Azpilcueta descubrió una noche en la que asistió a su primer y único concierto.

         Pero al hilo de ese libro que Toño Azpilcueta dedica a Lalo Molfino, el escritor cree haber hecho un descubrimiento revolucionario, que se convierte en la tesis de fondo de su obra: la música peruana, los valses, las polcas, las marineras, los huaínos… son algo más que entretenimiento para unas gentes que se divierten oyéndolos y bailándolos. En realidad, esta música, nacida en los callejones de Lima, practicada en jaranas y huachaferías por guitarristas, cajoneadores, cantantes y bailarines, es la salvación del Perú, el elemento que puede unir a todas sus gentes en un objetivo común y el arranque de una revolución que sacará al país de su pobreza. La música criolla será el factor de integración social y no sólo de Perú sino de toda América Latina. Del mismo modo que el idioma español traído por los conquistadores hizo que todos los pueblos de América se entendieran y superaran las diferencias debidas a los muchos idiomas y jergas que se hablaban en el continente, así la música será el factor que unirá a todos los pueblos de América. El éxito del libro y de la tesis proporciona a Azpilcueta interés internacional y obliga a los responsables del Colegio San Marcos a restituirlo en la cátedra de folclore nacional que había sido clausurada. Pero el éxito literario es fugaz y la realidad vuelve a imponerse.

         La localización temporal de “Le dedico mi silencio” entre los años ochenta y noventa del siglo XX da oportunidad a Vargas Llosa para introducir elementos de la historia de aquellos años en Perú (los atentados de Sendero Luminoso, la detención de su líder Abimael Guzmán) con otros que pueden interpretarse propios de su biografía, como sus ideas sobre Dios y la religión, sobre el amor (encarnado aquí en la pareja Toni Lagarde y Lala Solórzano), el idioma y la cultura o su pasión por las cantantes Chabuca Granda y Cecilia Barraza, convertida esta última en un personaje decisivo de la historia que se cuenta en “Le dedico mi silencio”. Hasta el punto de parecer a veces que Toño Azpilcueta sea trasunto del propio Vargas Llosa, que recrea su personaje en un procedimiento narrativo de mise en abyme: un escritor apasionado por la música criolla que escribe un libro sobre un escritor apasionado por la música criolla que también escribe un libro sobre el tema.

EL LARGO ADIÓS DE VARGAS LLOSA

Francisco R. Pastoriza

         Según él mismo ha anunciado, el camino literario de Vargas Llosa ha llegado a su fin con la publicación de su última novela (ésta sí, la última) “Le dedico mi silencio (Alfaguara). En pocos meses sacará un ensayo, que también será el último, sobre la obra y la figura de Jean-Paul Sartre. Es un buen momento para volver la vista atrás hacia una biografía y una obra que han ocupado buena parte de las lecturas de toda una generación.

UNA VIDA PARA LA LITERATURA CON LA POLÍTICA DE FONDO

         Todos los sondeos daban a Mario Vargas Llosa ganador en la primera vuelta de las elecciones a la presidencia de Perú cuando se presentó como candidato en 1990. Pocos días antes de esa fecha el ingeniero Alberto Fujimori ni siquiera aparecía en las encuestas. Sin embargo, este hijo de emigrantes japoneses hizo descarrilar la candidatura de Vargas Llosa en una segunda vuelta en la que socialistas, comunistas y el APRA del presidente Alan García, con el apoyo inestimable de  los evangelistas, respaldaron a este personaje desconocido, sin partido y sin programa, que había hecho una campaña electoral subido a un tractor desde el que voceaba descalificaciones contra la democracia liberal y la casta de los políticos corruptos, en la línea de todos los populismos (Fujimori terminaría hundido en la corrupción que denunciaba y como dictador después de un autogolpe en 1992). La experiencia de este episodio dio pie a Vargas Llosa a hacer una profunda reflexión autobiográfica en “El pez en el agua”. Para conocer la vida y la obra del Premio Nobel nada mejor que estas memorias, escritas con un pulso literario que no desmerece al de sus mejores novelas.

EL PEZ FUERA DEL AGUA

         Un día de 1946, cuando Vargas Llosa tenía diez años, su madre le reveló un secreto: su padre, que toda la familia le había dicho que había muerto, estaba en realidad vivo y lo iba a conocer aquella misma tarde en el hotel de Piura donde llevaba alojado unos días. Este acontecimiento le cambió la vida y le arrebató el paraíso de la infancia en el que vivía rodeado de mujeres y familiares que lo trataban con mimo y apoyaban sus sueños de niño consentido. Se habían trasladado a vivir  a Piura, en la casa de sus abuelos, después de algunos años en Cochabamba, en Colombia, y un año en Arequipa, donde había nacido. Su madre abandonó Piura con su marido y los tres se fueron a vivir a Lima. El padre le impuso un modo de vida severamente estricto, le limitó las relaciones con su madre y los contactos con la familia y lo obligó a seguir una férrea disciplina para alejarlo de sus sueños de poeta y convertirlo en “todo un hombre”. Estas medidas crearon entre padre e hijo una tensa relación que se mantuvo durante toda la vida, pero que en buena medida afianzó, por oposición a su progenitor, sus intenciones de ser escritor. El ingreso en el colegio cívico-militar Leoncio Prado, siguiendo las instrucciones de su padre, reforzó aquella primigenia vocación y fue la experiencia que sirvió a Vargas Llosa para escribir “La ciudad y los perros”.

         A pesar del empeño de su padre de convertirlo en “una persona de provecho”, buscándole un trabajo en el Banco Popular, el joven Vargas Llosa siguió una vida más próxima a la bohemia que a la burguesa que le tenía destinado su progenitor, y sus actividades se relacionaron desde muy temprano con su afán de escribir. Siendo estudiante ya colaboraba en periódicos como “La Crónica” de Lima y “La Industria” de Piura, y más tarde en “La Prensa” y “El comercio”, los dos diarios más importantes del país en los años cincuenta, y en las revistas “Turismo”, “Democracia”, “Cultura peruana” y “Extra”. Fue fundador de “Literatura”, que publicó sólo tres números, y trabajó como periodista y locutor en Radio Panamericana.

Con otra de sus vocaciones, la de dramaturgo, no tuvo tantas compensaciones, tan sólo el estreno de su primera obra “La huída del inca” en una sesión universitaria. Aunque sin mucho éxito, continuó escribiendo y estrenando teatro a lo largo de su vida: “La señorita de Tacna”, “Kathy y el hipopótamo”, “La Chunga”. Con más de ochenta años llegó a interpretar al protagonista de “La verdad de las mentiras”, con Aitana Sánchez-Gijón como compañera de reparto.

Como parte de su futuro, los planes de Vargas Llosa contemplaban la posibilidad de vivir en París porque consideraba que todo escritor debía conocer aquella ciudad. Su primer viaje lo hizo gracias a que ganó un concurso de cuentos convocado por “La Revue Française”. Recordaría toda la vida aquella estancia de ocho semanas en la ciudad en la que más tarde llegaría a residir largas temporadas y a trabajar en France Presse. Otra ciudad con la que soñaba era Madrid y por fin pudo conocer la capital española en 1958 gracias a una beca: “Aunque en teoría debía durar un año –el tiempo de la beca- yo estaba decidido a que fuera para siempre” escribe en sus memorias (y en efecto, no volvió a Perú hasta 1974). Fue en la pensión de la calle doctor Castelo de Madrid en la que escribía “La ciudad y los perros” donde tomó verdadera conciencia de ser escritor. Con este viaje a España, acompañado de su esposa Julia Urquidi (en ella se inspiró para “La tía Julia y el escribidor”), Vargas Llosa cierra el último capítulo de “El pez en el agua”, aunque lo mejor de su vida estaba aún por llegar. Vivió también largas temporadas en Barcelona y en Londres.

Junto a su trayectoria profesional, Vargas Llosa cuenta en “El pez en el agua” los episodios de una vida que en ocasiones se aproxima a lo novelesco. Así su niñez boliviana en Cochabamba y de vuelta en Piura, el descubrimiento del amor y del sexo en alegres burdeles, sus experiencias en los bajos fondos como redactor de crónicas de sucesos, el accidentado casamiento con su tía Julia, trece años mayor que él, su pluriempleo para mantener a flote la economía familiar o el fascinante descubrimiento de la Amazonía acompañando al antropólogo mexicano Juan Comas, un viaje que inspiró sus novelas “La casa verde” y “Pantaleón y las visitadoras”. Tras la separación de Julia en 1964 Vargas Llosa se casó al año siguiente con su prima Patricia. Julia Urquidi, que escribió una réplica a “La tía Julia y el escribidor” (“Lo que Varguitas no dijo”, 1983) confesó que los años que vivió con Vargas Llosa fueron los más felices de su vida. Murió en 2010, el mismo año en que el escritor fue premiado con el Nobel de Literatura.

LA LITERATURA Y LA VIDA

         Vargas Llosa asegura que el acontecimiento más importante de su vida fue aprender a leer. Sus primeras lecturas estuvieron, como las de todos los niños, relacionadas con Genoveva de Brabante, Guillermo Tell, Robin Hood y las leyendas del rey Arturo. Después Salgari y Julio Verne y las poesías de Bécquer, Amado Nervo y Zorrilla. Más adelante el descubrimiento deslumbrante de Rubén Darío y la literatura de Jack London, Walter Scott, Alejandro Dumas, Víctor Hugo y sobre todo Faulkner, con quien descubrió “las maravillas que se podían conseguir en una ficción cuando se la usaba con la destreza del novelista norteamericano”. También los latinoamericanos, sobre todo Borges, Bioy Casares, Alfonso Reyes, Juan Rulfo y Octavio Paz.

         Vargas Llosa fue galardonado con numerosos premios literarios. Con su primer libro “Los jefes” ya recibió el Leopoldo Alas, y en 1963 con “La ciudad y los perros”, el Biblioteca Breve, con el que alcanzó la popularidad  internacional. No fue bien recibida por los estamentos militares de Perú, que quemaron los ejemplares en el patio del mismo colegio Leoncio Prado en el que se inspira la trama. Con “La casa verde” obtuvo el Premio de la Crítica en 1966 y el Rómulo Gallegos en 1967. Su consagración como novelista llegó en 1969 con “Conversación en la catedral”, que lo encumbró como uno de los mejores representantes del boom latinoamericano. Siguieron “Pantaleón y las visitadoras” (1973), “La guerra del fin del mundo” (1981), “Historia de Mayta” (1984), “El hablador” (1987). En 1984 obtuvo el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1994 el Cervantes y en 2010 culminó su carrera con el Nobel de Literatura por una obra que es, según la Academia sueca, “una cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. En medio, “Elogio de la madrastra” (1988), “Lituma en Los Andes” (Premio Planeta en 1993), “La fiesta del chivo” (2000) “¿Quién mató a Palomino Molero?” (2008), “El sueño del celta” (2010)… y después “El héroe discreto” (2003), “Cinco esquinas” (2016), “Tiempos recios” (2019). Su última novela, “Le dedico mi silencio”, es un texto pensado para su esposa Patricia, con la que volvió a vivir tras unos años de relaciones con Isabel Preysler. Vargas Llosa ha anunciado que ésta será su última novela y que cerrará su vida iteraría con un próximo ensayo sobre la obra de Jean Paul Sartre.

         Además de novelista, Vargas Llosa fue un excelente teórico literario. Obras como “García Márquez: historia de un deicidio”, “La orgia perpetua: Flaubert y Mme. Bovary”,  “Víctor Hugo y ‘Los Miserables’” o “La verdad de las mentiras”. Y también sobre su propia obra, como en “Historia secreta de una novela”, donde explica las claves de “La casa verde”. Son de gran interés sus estudios de obras como “Tirant lo Blanc” y las consideraciones sobre la literatura popular de las novelas de Corín Tellado. Sobre el mundo de la cultura de consumo se alineó con los apocalípticos en “La civilización del espectáculo”, y en “La llamada de la tribu” reunió una cartografía de los pensadores liberales que inspiraron su ideario.

EL VARGAS LLOSA POLÍTICO

         Vargas Llosa tuvo desde muy pronto relaciones y contactos con la política desde que el golpe militar del general Manuel Apolinario Odría enviara al exilio al presidente José  Luis Bustamante y Rivero, pariente de la familia, y al paro a su abuelo, intendente de Piura. El director del Gobierno de aquella dictadura, Alejandro Esparza Zañartu, es uno de los personajes centrales de “Conversación en la catedral”, una novela sobre la que Esparza dijo: “Si Vargas Llosa hubiera venido a verme, yo hubiera podido contarle cosas más interesantes”. En el colegio lideró una huelga estudiantil (que inspiró uno de los cuentos de “Los jefes”) y en la Universidad militó en Cahuide, nombre del Partido Comunista de Perú, mientras leía compulsivamente textos de marxismo, leninismo y maoísmo y descubría las obras de Sartre y Louis Althuser. Después se afilió a la Democracia Cristiana, de la que se apartó por la actitud crítica de este partido hacia la revolución cubana de Fidel Castro, de la que Vargas Llosa fue ferviente defensor hasta que el régimen mostró un rostro que no coincidía con el ideal democrático del escritor. El apoyo cubano a la invasión de Checoslovaquia en 1968, el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla en 1971 y el dogmatismo del régimen comunista decepcionaron las esperanzas puestas en aquella revolución que había comenzado en 1959. Desde entonces, sus ideas políticas, alineadas con el neoliberalismo y críticas con la izquierda, chocaron con las de otros intelectuales, con los que llegó a mantener agrias polémicas, como Mario Benedetti y Günther Grass.

         En paralelo a su obra literaria, Vargas Llosa ha escrito incesantemente sobre la situación política, sobre todo de los países de Latinoamérica (Cuba, Nicaragua, El Salvador), casi siempre criticando los movimientos revolucionarios de izquierda y elogiando a la derecha liberal, mostrando siempre un especial desvelo por las libertades. Dedicado en cuerpo y alma a la literatura, Vargas Llosa rechazó durante mucho tiempo cargos políticos. El presidente Fernando Belaúnde Terry le ofreció ser primer ministro en 1984 y el partido Acción Popular y el Partido Popular Cristiano le pidieron que encabezase una candidatura conjunta en las elecciones de 1985. A finales de 1987 aún declaraba no tener intención de aspirar a ningún cargo político aun cuando participaba en actos de protesta en Lima y Arequipa contra el Gobierno de Alan García. Pero en enero de 1988 aceptó ser candidato a la presidencia de Perú en las elecciones a celebrar en 1990 por la coalición Acción Popular-Partido Popular Cristiano y el Movimiento Libertad, impulsado por el propio Vargas Llosa, constituidos en el Frente Democrático (Fredemo). El escritor declaró que dejaba temporalmente la literatura para contribuir a la consolidación democrática en Perú. Cuando perdió las elecciones frente a Fujimori confesó tener la sensación de haber recobrado la libertad después de una decisión comprometida. Tal vez Perú perdió un buen dirigente pero el mundo de la literatura recuperó a un escritor imprescindible.