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IDA VITALE CUMPLE CIEN AÑOS

EUFEMÉRIDES

La poeta Ida Vitale, Premio Cervantes en 2018, cumple un  siglo de vida en plenas facultades

Francisco R. Pastoriza

         El abuelo paterno de Ida Vitale, Félix Vitale D’Amico, llegó a Uruguay desde Sicilia después de un viaje terrible en un barco destartalado. Había participado en las guerras de unificación de Italia formando parte de las brigadas de Garibaldi, y llegó dispuesto a divulgar la biblia de la logia masónica en la que militaba. Establecido en Montevideo, se casó con una maestra uruguaya con la que tuvo doce hijos. El bautizado como Publio Decio, casado con Hortensia Povigna,  fue el padre de Ida Vitale. La poeta nació el día de difuntos de 1923, hoy hace cien años, en una familia amante de la cultura y de los libros: en su biblioteca los había en español, italiano y francés, aunque ninguno de poesía.

         La afición a la poesía le llegó después de leer el poema “Cima” de Gabriela Mistral, que aprendió de memoria, y aumentó en la Facultad de Letras de Montevideo gracias a la influencia de un poeta español exiliado, José Bergamín, con quien Ida Vitale mantuvo una estrecha amistad a pesar de las advertencias de otro poeta, también español y también exiliado, León Felipe, que trató de prevenirla contra lo que consideraba nefastas influencias de Bergamín. Cuando empezó a escribir poesía, Vitale hizo llegar sus versos a otro poeta español exiliado, Juan Ramón Jiménez, que elogió aquellos primeros poemas e incluso incluyó algunos en una antología de poetas jóvenes. Así que el exilio español estuvo muy presente en los orígenes de la poesía a la que aquella mujer iba a dedicar su vida. Tal vez por eso algunos de los grandes premios que obtuvo llevan marchamo español: el Federico García Lorca, el Reina Sofía y sobre todo el Cervantes. Con María Zambrano, Dulce María Loynaz, Ana María Matute, Elena Poniatowska y Cristina Peri Rosi, forma el sexteto de las únicas mujeres que lo recibieron. Sin embargo, a pesar de que publicó su primer libro en 1949 (“Luz de esta memoria”), en España su obra no llegó hasta 2002. Su primer libro aquí fue “Reducción del infinito”, cuando ya tenía 79 años. En 2017 Tusquets publicó su “Poesía reunida”, en orden cronológico inverso: “Mínimas de aguanieve” (2015), “Trema” (2005), “Procura de lo imposible” (1998), “Oidor andante” (1972), “Cada uno su noche” (1960), “Palabra dada” (1953). Uno de sus libros que les recomiendo vivamente es “Léxico de afinidades” (1994), en el que recoge por orden alfabético las palabras que le sugieren un significado particular y en el que alterna versos con fragmentos de memorias y con pequeñas prosas poéticas y ensayísticas.

         Ida Vitale forma parte de una ilustre generación uruguaya que el crítico Emir Rodríguez Monegal llamó de 1945, en la que se incluyen Angel Rama, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño, Carlos Maggi y María Inés Silva Vila entre otros. Con Ángel Rama, padre de sus hijos Claudio y Amparo, se casó en 1950 (Bergamín fue uno de los testigos de la boda). Se separaron en 1964. Ángel Rama murió en aquel accidente de un aparato de Avianca que se estrelló en los alrededores del aeropuerto Madrid-Barajas en la madrugada del 27 de noviembre de 1983, en el que también viajaban el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia y el peruano Manuel Scorza con su esposa, la poeta Marta Traba.

En 1973 Uruguay era un país con una democracia perfecta y una sociedad pacífica, hasta el punto de que se conocía como la Suiza de América. Ida Vitale daba clases, publicaba sus poesías y colaboraba en diarios y revistas (Marcha, Época, Clinamen, Maldoror). Ese año, tomando como excusa la lucha contra los tupamaros, Juan María Bordaberry dio un golpe de estado e impuso una dictadura que desató persecuciones contra izquierdistas y demócratas. Cuando la policía entró violentamente en la casa buscando a su hija Amparo, Ida Vitale supo que tenía que marcharse del país. Sus simpatías con el régimen castrista y sus viajes por la URSS la convertían en sospechosa de extremismo político para el nuevo régimen. Se exilió ese mismo año con su segundo marido, el poeta Enrique Fierro, veinte años más joven (había sido alumno de Rama). Primero en México, donde trabajó como profesora y colaboró en “Vuelta”, la revista que dirigía Octavio Paz y, tras una estancia en Uruguay entre 1984 y 1989, donde Fierro ejerció como director de la Biblioteca Nacional y ella era responsable de cultura del semanario “Jaque”, una oferta de la Universidad de Austin (Texas),  llevó a la pareja a establecerse en los Estados Unidos (en “Shakespeare Palace” recogió las experiencias del exilio). Tras la muerte de su marido en 2016 Ida Vitale regresó definitivamente a Uruguay, donde reside desde entonces (“Regresar es/volver a ocuparse/de devolver a la tierra/el polvo de los últimos meses”) y donde, a pesar de su edad, desarrolla una frenética actividad escribiendo, publicando y viajando incesantemente a ferias del libro y a actos literarios en los que participa. “Para sentirme en casa –ha dicho- necesito una biblioteca pública y un aeropuerto”. En marzo de este año estuvo en Buenos Aires y en septiembre viajó a España para presentar “Donde vuela el camaleón”. En su centenario se le rendirá un homenaje en la Residencia de Estudiantes, donde se aloja.

         El documental “Ida Vitale”, de María Inés Arrillaga, recoge en bellas imágenes la biografía de la poeta y sus testimonios. A la presentación en el Festival de cine de Málaga asistió también la poeta. Arrillaga es nieta de Silva Vila, compañera de Ida Vitale en aquella generación del 45.

MARTA TRABA. IN MEMORIAM

Se publica la primera novela de la escritora que murió en un accidente de aviación en Madrid

Francisco R. Pastoriza

         La madrugada del 27 de noviembre de 1983 un avión que cubría la línea París-Bogotá se estrelló en las inmediaciones del aeropuerto de Madrid-Barajas. Entre las víctimas del accidente se encontraban el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, el peruano Manuel Scorza y el uruguayo Ángel Rama. Con este último viajaba su esposa, Marta Traba, argentina hija de un matrimonio de emigrantes gallegos formado por el periodista Francisco Traba y Marta Taín.

Marta Traba era una prestigiosa y consolidada crítica de arte que escribía para varias revistas especializadas de Colombia, el país en el que se instaló, colaboraba en programas culturales de la televisión Nacional y tenía publicados numerosos ensayos sobre arte contemporáneo. Fundó el Museo de Arte Moderno de Bogotá e impartía clases sobre esta materia en la Universidad de Los Andes. Su actividad en el mundo del arte y sus publicaciones en este ámbito eclipsaron su faceta  de poeta y escritora, que incluye “Los laberintos insolados”, “Pasó así”, “La jugada del día sexto”, la novela póstuma “En cualquier lugar”. Una carrera literaria que iniciara en 1966 con “Las ceremonias del verano”, galardonada con el Premio de Literatura Casa de las Américas, de La Habana, por un jurado formado por Alejo Carpentier, Mario Benedetti, Manuel Rojas y Juan García Ponce. Es esta narración la que acaba de publicar la editorial Firmamento para recuperar la figura de una escritora cuya obra merece un reconocimiento a la altura de su calidad literaria.

         Mezclando las técnicas del relato objetivo y el monólogo interior, con enunciaciones expresivas cercanas a la prosa poética, “Las ceremonias del verano” son cuatro narraciones cortas escritas desde la angustia, el dolor, la incertidumbre y el desasosiego, de una mujer atrapada en una existencia que no le gusta o para la que no se siente preparada (cabe la interpretación de que se trate de mujeres diferentes).  La protagonista recorre así varias etapas de su vida, desde la adolescencia a la cuarentena.

En ‘Il Trovatore’, nombre de un club social bonaerense en el que se celebra un baile al que acuden los hijos de la burguesía, la protagonista se siente incómoda en el ambiente asfixiante donde se mueven los jóvenes que buscan pareja y las muchachas que se exhiben como candidatas. El calor agobiante del verano contribuye a hacer más irrespirable la atmósfera y la empuja al llanto y a recordar e identificarse con el sentimiento de aquella abuela que se murió de pena, asomada permanentemente a la ventana de la casa en la que estaba recluida, a causa de la morriña que sentía de su paraíso perdido en Galicia. Un calor tórrido está presente también en ‘París era una fiesta. Hemingway’, un calor que invade la buhardilla de la casa de huéspedes en París donde la protagonista vive una existencia libre y bohemia con una amiga lesbiana, mientras sufre la frustración por un amor que había sido “el mundo nuevo, bajo todo su aspecto”, y en quien descubre una pasión homosexual. Calor también en ‘Veermeriana’, durante un verano en una Roma a la que llega la mujer después de viajar desde Buenos Aires vía Génova en un barco en el que enamora a un joven de quien tiene un hijo y con quien sin embargo rechaza ir al matrimonio. La luz y el ambiente de los cuadros de Vermeer son los mismos que los de la casa de campo de Castelgandolfo en la que entra a servir a los Traglia, un matrimonio de fascistas mussolinianos venidos a menos, donde conoce a otra criada, Clementina, por la que manifiesta una ternura que nunca antes había sentido por nadie. En ‘Pase, vea, entre al laberinto del amor’, la mujer recrea, desde la habitación del hotel de una ciudad que podría ser Bogotá pero también Nueva York, recuerdos y situaciones, entre la realidad y el ensueño, que la llevan desde el túnel del amor de un parque de atracciones a una playa en la que hay un coche semienterrado en la arena, imágenes de la película “Hiroshima mon amour” y un documental sobre el Holocausto, elementos todos ellos que la hacen reflexionar sobre la incomunicación y la muerte.