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EL ARTE DE DAVID HOCKNEY

DAVID HOCKNEY REVELA SECRETOS DE SU PINTURA

En un libro escrito con el crítico Martin Gayford durante el confinamiento el artista cuenta los procedimientos que utiliza en su pintura y nos introduce en el universo de su obra.

Francisco R. Pastoriza

         El inglés David Hockney es uno de los grandes pintores contemporáneos. Martin Gayford, por su parte, es uno de los mejores críticos y teóricos de arte a nivel internacional. Juntos ya han publicado uno de los libros más didácticos y entretenidos sobre el arte, “Una historia de las imágenes”, donde analizaban su evolución desde las pinturas prehistóricas hasta las últimas manifestaciones en los medios digitales, alternando la pintura, el dibujo, el grabado o el mosaico, con la fotografía, el collage, el cine y los juegos de ordenador. Además de una misma pasión por el arte, Hockney y Gayford comparten desde hace años una sólida amistad a través de la que intercambian información, opiniones y comentarios de todo tipo. En un libro reciente de ambos autores, “No se puede detener la primavera”, editado también por Siruela, recogen muchos de los mensajes y reflexiones que se han cruzado durante su confinamiento a causa de la covid, un confinamiento que, superados los 80 años, fue para Hockney una etapa de extraordinaria creatividad, como le ocurría a Picasso, uno de sus referentes fundamentales, de quien cita los 35 cuadros que pintó en diez días al final de su vida y que para Hockney son de lo mejor del pintor malagueño.

         A principios de 2019 David Hockney adquirió una casa de campo en La Grande Cour, en Normandía, donde estableció su estudio, fascinado por la naturaleza de la zona, el cielo y los atardeceres cada día distintos, el paisaje, la luna llena que volvió a conectar al artista con Extremo Oriente… a pesar de que, según Hockney, los lugares no poseen un interés en sí mismos sino que este está en la persona que los observa. En La Grande Cour le sorprendió la pandemia del coronavirus y el consiguiente confinamiento, que aprovechó para contemplar con más calma el estallido de la primavera que florecía a su alrededor y que capturó en una serie de cuadros que pintaba diariamente, muchos de los cuales ilustran este libro (“El mundo es muy, muy bonito –escribe- pero hay que observarlo con intensidad y detenimiento para percibir esa belleza”). Fue en aquellos días cuando perfeccionó su técnica para atrapar el fluido del agua y las salpicaduras de la lluvia sobre la superficie, uno de los temas recurrentes de su producción. También pintó postales para felicitar la navidad a sus amigos e ilustraba tarjetas con temas variados, que se reproducen aquí. Sobre estos trabajos y sobre otras obras de arte, antiguas y contemporáneas, con excelentes ilustraciones, tratan ambos autores en una curiosa correspondencia llena de brillantes hallazgos, de agudos comentarios sobre obras de arte, de ingeniosas observaciones “sobre las cosas nuevas que ha hecho y dicho un viejo amigo y las ideas y sentimientos que han suscitado en mi”, en palabras de Martin Gayford. Después de sus experiencias en estudios de espacios cerrados en Los Ángeles, Bridlington o París, el encuentro con la naturaleza en Normandía fue para David Hockney deslumbrante y le proporcionó nuevas fuerzas para redoblar su producción, convencido de que el arte y la creación mejoran con la edad.

         Para los aficionados al arte resultarán de interés los hallazgos que ambos autores se intercambian a raíz de sus experiencias, desde el descubrimiento de la revolucionaria teoría sobre la perspectiva del ruso Pável Florenski, a la descripción del fascinante Tapiz que se conserva en la catedral de  Bayeux, de setenta metros de largo, sorprendentemente muy bien conservado, que representa detalles minuciosos de la vida entre los años 1064 y 1066. El tapiz inspiró a Hockney una serie de dibujos panorámicos de su jardín, que pintó sobre largos papeles doblados en acordeón. Sus anotaciones sobre los dibujos de Rembrandt, Van Gogh o Klimt, en los que Hockney manifiesta su pasión por el dibujo, y sus reflexiones sobre el color negro a raíz de una exposición de Ad Reinhardt, o sobre las variedades del blanco, así como las relaciones de su obra con la música y la literatura, son otros tantos motivos que recoge este libro que nos va descubriendo en cada capítulo las técnicas del pintor, desde el dibujo en papel a sus experimentos con el iPad, al mismo tiempo que nos introduce en su universo.

PINTURAS E IMÁGENES. UNA HISTORIA CULTURAL

Varios libros recientes analizan las diferentes expresiones visuales a lo largo de la historia

Francisco R. Pastoriza

         Hace más de 40.000 años los hombres comenzaron a crear imágenes. Una de las primeras manifestaciones fue la pintura, aunque no la única, pues la escultura también se manifestó muy pronto como expresión de la realidad que rodeaba a los primeros habitantes, incluso a veces formaba parte de la misma pintura, cuando los autores aprovechaban protuberancias e irregularidades de las superficies sobre las que pintaban para dotar a sus obras de mayor realismo. Dos libros recientes estudian la historia y la evolución de la pintura por una parte y de la imagen y sus diversas manifestaciones por otra.

HISTORIA DE LA IMAGEN

         El pintor David Hockney y el crítico de arte Martin Gayford son los autores de los textos de una publicación que no pretende ser una Historia del arte, como advierten desde el mismo título, sino de las imágenes y de su desarrollo, desde las primeras pinturas prehistóricas hasta las últimas manifestaciones en los medios digitales, alternando la pintura, el dibujo, el grabado o el mosaico con la fotografía, el collage, el cine y los juegos de ordenador. “Una historia de las imágenes”, publicado por la editorial Siruela, es un bello libro, profusamente ilustrado, en el que se nos cuenta con intención didáctica y de manera muy entretenida cómo y por qué toda imagen es el relato de una mirada sobre algo.

         Una de las aportaciones más interesantes es la comparación que hacen los autores entre obras de expresiones artísticas distintas separadas en el tiempo y en el espacio y de cómo unas coinciden o han influido en las otras. La “Magdalena penitente” de Tiziano, por ejemplo, se enfrenta a un fotograma de Ingrid Bergman de la película “Casablanca” para poner de manifiesto la coincidencia entre las expresiones en los rostros de ambos personajes. Es fascinante observar cómo en los caballos de la “Adoración de los Reyes Magos” de Giotto están ya los trazos de los de Walt Disney, o el modo en que la pintura china, sencilla y monocroma, está en Picasso (“Corps de femme de face”) y también en el dibujo de Rembrandt “Niño que aprende a andar” (del que se hace un sugerente análisis).

         Hockney y Gayford dedican amplios espacios a analizar la utilización de la sombra y de la iluminación en las imágenes que necesita todo volumen para parecer real. Siguen su evolución desde las siluetas y los perfiles hasta los cuadros de Caravaggio y Rembrandt, que inventaron cómo iluminar el dramatismo, el mismo procedimiento que utilizan hoy los fotógrafos y las películas de Hollywood (el cine negro sería un paradigma) para conseguir efectos expresivos, como se aprecia al comparar las sombras del retrato de “La Gioconda” con las de una fotografía en blanco y negro de Marlene Dietrich y los fotogramas de la película “El tercer hombre”. No es la única comparación que se hace entre el cine y la pintura: Van Eyck tenía en su estudio disfraces, pelucas, armaduras, lámparas y utilería al modo como la que hoy puede tener la Metro Goldwyn Mayer en sus almacenes.

Más tarde las sombras inventadas por Giotto y Masaccio significaron un nuevo avance revolucionario, simultáneo a otra revolución, la de la pintura al óleo sobre un nuevo material, el lienzo, un material que, utilizado como soporte en la pintura, perfeccionó la gama de colores y consiguió, entre otros efectos, una visión más cálida de la piel humana.  Por cierto, la utilización del lienzo comenzó en Venecia porque era un gran puerto en el que había fabricantes de velas de este material para las embarcaciones.

         ¿Es la imagen una representación de la realidad?. Platón no admitía la pintura porque decía que no reflejaba la verdad. La comparaba con las sombras del mito de la caverna de su obra “La República”, donde los espectadores únicamente veían en las paredes un reflejo de la realidad en las sombras que se proyectaban desde la entrada de la cueva. Del mismo modo ahora los espectadores de una película de cine contemplan en una pantalla imágenes que tampoco son reales, empezando porque son bidimensionales, una propiedad que no existe en la naturaleza.

         Para conseguir mayor realismo de esas imágenes ilusorias, desde el siglo XV los pintores comenzaron a servirse de la tecnología y a utilizar procedimientos como los espejos convexos y la cámara oscura (camera ottica), iniciando un diálogo entre la pintura, la óptica y la reflexión que desembocaría cuatro siglos después en la fotografía y poco más tarde en el cine y la televisión. Las relaciones entre el arte y la fotografía ocupan buena parte de las reflexiones de este libro, desde la comparación entre la primera fotografía de la historia, “Vista desde la ventana del Grass” de Niepce, que utiliza la misma perspectiva que “Tejados en Nápoles” de Thomas Jones (1782), hasta la relación entre las instantáneas de Daguerre y las pinturas de Ingress, las fotos de Lartigue con los cuadros de Delacroix, y los espacios del fotógrafo Eugene Atget con los de las pinturas de Giorgio de Chiricco. Julia Margaret Cameron utiliza el sfumato de Leonardo da Vinci en sus retratos mientras el fotomontaje de la “Firma de la separación de la Iglesia de Escocia” recuerda la portada del disco “Sgt. Peppers” de los Beatles. La aparición de la fotografía revolucionó el arte, que renunció a reflejar la realidad: en los cuadros de Van Gogh desaparecen las sombras, y el cubismo, buscando espacios inéditos, abandona la perspectiva lineal que se venía empleando desde hacía 500 años sustituyéndola por la perspectiva inversa, ya utilizada por los artistas medievales y bizantinos, como se aprecia en “Santísima Trinidad” (1425-1427), donde se ven simultáneamente los dos laterales de la misma mesa.

LA IMAGEN EN MOVIMIENTO

Una película, como una tira de comic, trata de contar una historia completa, como ya lo hiciera en arte la Columna de Trajano en Roma, Puossin en “Cristo y la mujer adúltera” o Fra Filippo Loppi en “El banquete de Herodes”, donde se muestran simultáneamente la danza de Salomé y cómo ésta entrega a la reina Herodías la cabeza del Bautista en una bandeja.

La fotografía intentó desde muy pronto captar el movimiento a través de procedimientos como los de Muybridge y Étienne-Jules Marey, que influyeron en la pintura de Degas y Marcel Duchamp. Pero la tecnología que consiguió contar mejor una historia completa en una única obra fue el cine. Desde las primeras películas de los Hermanos Lumière el cine no ha hecho más que perfeccionarse para conseguir este objetivo cada vez con más eficacia. El montaje paralelo de Edwin S. Porter, las técnicas de Eisenstein, las tomas iniciadas por Orson Welles fueron los procedimientos pioneros en un arte que desde entonces no ha dejado de aportar nuevas técnicas, desde el sonoro y el technicolor a los efectos especiales por ordenador, que los videojuegos han incorporado a sus relatos, en un universo de imágenes que coexisten y se influyen mutuamente.

HISTORIA DE LA PINTURA

         En “Historia de la pintura. Cómo se hizo arte” (Akal) se desarrollan todos los aspectos de la evolución de la pintura desde las primeras manifestaciones del paleolítico superior en las cuevas de Altamira, Lascaux y Chauvet hasta las últimas expresiones del arte abstracto, cubismo, pop art, op art, arte urbano y fotorrealismo.

La gran aportación original de esta obra es el estudio de las técnicas y de los materiales utilizados en cada época y por cada uno de los grandes artistas, desde la prehistoria hasta la actualidad, de modo que el lector tiene aquí información acerca de los distintos tipos de soportes utilizados a lo largo de la historia, de la evolución de los colores y de su utilización por los diversos artistas, de las técnicas de iluminación, la captación del movimiento y el desarrollo de los distintos estilos y géneros.

         En este libro se analizan también diversos aspectos de la historia de la pintura a través de los siglos, con especial dedicación a los escenarios en los que se desarrollaron las manifestaciones pictóricas de cada época, como la pintura funeraria egipcia, las múltiples expresiones del Renacimiento en Italia o la explosión del color en el siglo XIX francés, con especial atención al impresionismo.

         Hay capítulos dedicados a artistas destacados, como Rubens, Rembrandt, Velázquez o Goya, pero en general esta “Historia de la pintura” se  orienta a contextualizar los estilos, los temas y los géneros con la época histórica en la que se desarrollaron, haciéndolo además con una importante representación de ilustraciones que no sólo muestran las obras de las que se habla, sino que muchas veces se hace un análisis minucioso de sus contenidos y se interpretan las escenas y los personajes representados.

FOTOGRAFÍA Y ARTE. UNA RELACIÓN INTERACTIVA

Una exposición en el Thyssen de Madrid enfrenta obras de pintores impresionistas con fotografías de pioneros del XIX

 

Los artistas plásticos tardaron años en reconocer a la fotografía como una manifestación artística. En 1862 una veintena de pintores firmaron en París un manifiesto protestando contra la asimilación de la fotografía al arte. Consideraban que, en todo caso, el nuevo invento debía servir para divulgar las obras de los grandes artistas pero negaban a la fotografía propiedades artísticas. Baudelaire había dicho en 1859 que el verdadero deber de la fotografía era ser una muy humilde sirvienta de las ciencias y de las artes. Hoy algunos pintores, como David Hockney, siguen manteniendo esta teoría,
El reconocimiento artístico para la fotografía llegaría de la mano de la corriente fotográfica conocida como pictorialismo. Este movimiento luchó para que se considerase a la fotografía como un arte a la altura de la pintura, el grabado o la escultura. Con el pictorialismo se trataba además de contrarrestar la opinión crítica que ponía su acento en la cualidad mecánica de la fotografía.
Ciertamente, en las raíces de la fotografía está la influencia de la pintura, cuyos códigos adoptaron los fotógrafos, desde los encuadres y la composición hasta los planos y el punto de vista. Además, los primeros fotógrafos eran artistas, comenzando por Niépce, en sus orígenes un grabador, y desde el principio muchos, como André Giroux, Charles Negre, Édouard-Denis Baldus y Henri Le Secq, coloreaban sus fotografías para crear efectos artísticos. Otros, como William Powell Frith se servían de las fotografías de eventos para pintar sus cuadros, como las carreras de caballos del Derby Day encargadas al fotógrafo Robert Howlett. Eugène Courbet y Delacroix también utilizaron las fotografías para pintar algunas de sus obras, sobre todo desnudos femeninos. Eugène Durieu tomó la fotografía de la modelo que sirvió a Delacroix para su famosa “Odalisca”, mientras el fotógrafo René Grenier retrató modelos de Toulouse-Lautrec, como Carmen Gaudin y Hélène Vary, para que el pintor las trasladase a sus cuadros (en esta exposición del Thyssen se muestran fotografías que el fotógrafo Anatole-Louis Godet hizo para el pintor Édouard Monet).
Desde la aparición de la fotografía, ésta y las artes plásticas mantuvieron una enriquecedora interacción, ejemplarizada en el impresionismo, la corriente pictórica que en aquellos años estaba en su apogeo. Un pintor ya encumbrado, Degas, sucumbió a los encantos de la nueva técnica y algunas de sus obras (Place de la Concorde) están claramente influidas por la fotografía.
Los fotógrafos creaban arte con sus fotografías y al mismo tiempo, sin proponérselo, influían en ese mismo arte al permitirle liberarse de la obsesión realista y arriesgarse a nuevas experiencias estéticas. Gracias a la aparición de la fotografía la pintura inició nuevos caminos de búsqueda con hallazgos revolucionarios, del cubismo a la abstracción, y liberó las manos del artista de las imposiciones que exigía el proceso de reproducción realista de imágenes. Más adelante la fotografía también intentaría crear universos paralelos a la pintura con expresiones cubistas y abstractas.
IMPRESIONISMO Y FOTOGRAFÍA: UNA EXPOSICIÓN
Llega ahora al Museo Thyssen Bornemisza de Madrid una exposición que muestra el paralelismo entre la obra de los pintores impresionistas y la fotografía de los representantes del pictoralismo fotográfico en la segunda mitad del siglo XIX. A través de 66 óleos y 150 fotografías se muestran las interacciones entre las obras de pintores como Édouard Manet, Edgar Degas, Pisarro, Paul Cézanne, Claude Monet o Renoir, enfrentadas a fotografías de Gustave Le Gray, Le Secq, Olympe Aguado, Eugène Atget, Charles Marville, Nadar… que ilustran los logros de la pintura y la fotografía en unos años en los que ambas manifestaciones perseguían capturar el instante y representar el movimiento.
La exposición se divide en nueve espacios temáticos. Comienza con las pinturas y las fotografías de paisajes, sobre todo bosques, donde los cuadros de Courbet, Corot, Pisarro y Théodore Rousseau se confrontan con las fotos de Le Gray, Cuvelier y Henri Le Secq. El paisaje es también protagonista en el espacio que acoge pinturas y fotografías con figuras, y que sirve a los artistas como fondo, a veces decorativo, para retratos en exteriores.
El agua –sobre todo el mar- es otro de los temas más repetidos tanto en la pintura impresionista como en el pictorialismo. Fotografías de Gustave La Gray y cuadros de Boudin y Monet, de aguas tranquilas y de violentos oleajes, son algunas de las obras más atractivas de la muestra. También el campo y el aire libre fueron temas recurrentes para los impresionistas. Renoir, Monet y Sisley están representados aquí junto a las fotografías de Eugène Atget, Charles Marville y Demachy.
Otro de los temas tratados por ambas corrientes fue el de los monumentos. Los fotógrafos actuaban a veces contratados por el gobierno francés para inmortalizar los monumentos históricos del país que también los pintores impresionistas llevaron a sus cuadros. También la industrialización que coincidió con el fin de siglo está recogida por ambas corrientes en fotografías y cuadros de puentes, fábricas, ferrocarriles y automóviles y en las nuevas ciudades que Daguerre fotografiaba desde lugares altos, con perspectivas en picado, imitadas luego por los pintores.
A quienes perjudicó el nuevo medio fue a los pintores retratistas, sobre todo a los artesanos. Algunos tuvieron que cambiar de profesión o dedicarse a la fotografía cuando se desarrolló el nuevo invento. Hay en esta exposición una amplia representación de retratos pictóricos y fotográficos. Manet, Cézanne y Degas utilizaban fotografías de Nadar y Disdéri para hacer retratos.
El último espacio de la muestra está dedicado al cuerpo humano, fundamentalmente al desnudo femenino. Este género alcanzó un alto grado de perfección tanto en la pintura impresionista como en la fotografía. Hay aquí obras de Degas (“Después del baño”) en las que se advierte una clara influencia de los desnudos fotográficos de Gustave Le Gray y de Auguste Belloc, que, con imágenes estáticas, tratan ya de representar el movimiento. Las fotografías expuestas aquí de Eadweard Muybridge representan esta última tendencia cinética de la fotografía, con la que se cierra la exposición.

TÍTULO. Los impresionistas y la fotografía
LUGAR. Museo Thyssen Bornemisza. Madrid
FECHAS. Hasta el 26 de enero de 2020